Leonardo da Vinci, el gran genio del Renacimiento, nació un 15 de abril. Era el año de 1452. Para entonces, Nuestra Señora de París, la catedral de Notre Dame, ya llevaba un siglo concluida y sumaba tres de existencia. En honor a Leonardo, en 2012 se aprobó celebrar, cada 15 de abril, el Día Mundial del Arte. Pero esa fecha está maldita desde ya. Porque ayer, 15 de abril, ardió Nuestra Señora de París.

Faltaban diez minutos para las siete de la tarde cuando se vieron las primeras llamas en la cubierta de la catedral. Era la zona próxima a la aguja, que estaba siendo objeto de una restauración. Hace apenas unos días, se retiraron de la zona diversas estatuas de ángeles y apóstoles: son las únicas que se salvaron de las llamas.

El fuego avanzaba con rapidez, propagándose por los andamios instalados para la restauración. Los bomberos, en cambio, tenían problemas para acceder a la catedral, que a esas horas ya había sido desalojada de turistas. Para cuando pudieron enfrentar el fuego, las llamas se extendía ya por todo el armazón de la cubierta, y devoraban la aguja de la torre central erigida por Viollet-Le-Duc en el tercer cuarto del siglo XIX.

La torre colapsó poco después de las ocho de la tarde. La caída de la aguja, dramáticamente vencida por las llamas, conmocionó a los franceses y a los millones de personas que seguían el drama en vivo o a través de diarios y redes sociales. En ese momento, todo el mundo fue consciente de la magnitud de la tragedia. Notre Dame de París, el monumento más visitado de la "ciudad de la luz" y la catedral más visitada de Europa, corría auténtico peligro de desaparecer devorada por las llamas.

Pasadas las diez de la noche, todas las iglesias y las catedrales de Francia se unieron en un mismo lamento, tañendo sus campanas en señal de duelo. En París, los bomberos se mostraban incapaces de domeñar las llamas. Una foto aérea, tomada por un dron de la policía francesa, mostraba la catedral convertida en una cruz de fuego.

Al cierre de esta edición, los bomberos seguían trabajando en la extinción de las llamas, en un esfuerzo inagotable por salvar una de las grandes joyas del patrimonio de la humanidad, aunque los mensajes ya eran más optimistas y daban la catedral por "salvada". Notre Dame, hogar de gárgolas y quimeras, la misma que Victor Hugo usó como escenario del drama de Esmeralda y Quasimodo, no quiso perecer entre las llamas.