Decía Mario Benedetti que "después de todo, la muerte es sólo un síntoma de que hubo vida". Más allá de la simple verdad biológica, hay otro hecho incontestable: la forma en que llega esa muerte, y a quién se lleva con ella, marcarán a fuego a los que se quedan. El duelo, ese necesario proceso de reconstrucción personal tras la pérdida de un ser querido, puede no llegar a completarse nunca y las familias se quedarán varadas en alguna —o en varias— de las fases en que se divide ese tránsito hacia la nueva realidad sin el ausente. Son los duelos imposibles.

"Sin duda, los duelos más traumáticos se encuentran asociados a la pérdida de un familiar querido, pues con él, perdemos una parte de nosotros mismos que nos empuja a una tarea de reconstrucción personal dirigida a aprender a vivir sin aquel que ya no se encuentra a nuestro lado. Existen cuatro formas en las que una persona puede morir: por muerte natural, accidental, suicidio u homicidio; cada una de estas formas dará lugar a un tipo de duelo más o menos complejo en los supervivientes", explica el doctor en Psicología, psicólogo clínico y emergencista Mariano Navarro.

Y son precisamente las dos últimas las que más daño infligen a las familias. Y las que más zancadillas ponen a la hora de superar y aceptar esas muertes. En los casos de suicidio, "por la existencia de un sentimiento de vergüenza y de culpa, mayoritariamente irracional, que te envuelve y te tortura recriminándote no haberte dado cuenta de la situación de tu ser querido y no haberle podido ayudar en su sufrimiento", matiza Navarro.

"En el segundo, el del homicidio, porque el responsable de la muerte es un tercero, alguien que ha decido arrebatar la vida de tu hijo, de tu madre, de tu pareja, acabando con su existencia y destrozando las vidas de todos aquellos que le rodeaban", explica. En este caso, hay una ventaja, si es que puede emplearse algún término positivo a la hora de analizar un mazazo como este: la frustración y la ira que se producen en todo duelo se focalizan en el causante de ese dolor lacerante.

Pero, cuando el egoísmo del criminal, transmutado en maldad, le lleva a no revelar siquiera qué hizo con el cuerpo, dónde está, bloquea por completo el duelo, cercenando uno de los instintos y derechos más primarios y primitivos del ser humano: el de dar sepultura al ser querido.

Muertes en vida

Los asesinos que callan y perpetúan la desaparición de sus víctimas, como los de Marta Calvo (2019), Wafaa Sebbah (2019) o María Luisa Reig (2011), matan siempre dos veces: a la propia víctima y a sus familias. "En esos casos, el sufrimiento de las familias se puede volver crónico, determinando el resto de sus vidas y evitando la elaboración, e incluso el inicio, de un duelo normalizado", remacha el psicólogo clínico.

Sabe bien de lo que habla. Es el sostén psicológico de Marisol Burón Flores, la madre de Marta Calvo. Su caso no necesita mucha presentación. Un día, le escribió desde su móvil que se iba con un hombre a su casa y le envió una ubicación. Era la madrugada del 7 de noviembre de 2019. Jamás volvió a verla.

Primero tuvo que lidiar con quienes no creyeron que fuese una desaparición inquietante, después, debió afrontar una desesperada búsqueda y al cabo de tres semanas, supo que Marta estaba muerta —por un medio de comunicación que la despertó sin miramiento alguno— y que el hombre que le había negado a la cara que conociese a su hija era el responsable de su homicidio. Y de su descuartizamiento, dijo. Luego siguieron las mentiras. Aguantó ocho meses de agónica búsqueda del cuerpo de su hija en un vertedero al que nunca había llegado. Sin resultados. La rabia y la impotencia la siguen devorando.

"¿Duelo? Ni siquiera lo he empezado. No puedo...". Vive en una constante montaña rusa. Pese a la evidencia racional de su muerte, su mente sigue fantaseando con que volverá. "Mientras la realidad no me obligue, mientras no tenga su cuerpo, me sigo aferrando a casos como el de la farmacéutica de Olot. Estuvo dos años secuestrada. ¿Por qué no va a ser posible que también le pase a Marta? Voy a aplazarlo hasta que me la devuelvan muerta". Tan pronto está arriba, como hundida en el fondo de un pozo.

"Me la quitaron de la noche a la mañana, sin siquiera poder despedirme y encima, ese psicópata asesino de mujeres sabe dónde está y no lo dice porque la ley lo ampara". La rabia la está devorando por dentro. Es la tercera de las cinco fases y no puede avanzar.

La ira y la frustración llevan diez largos años reinando en los corazones y las mentes de las hermanas y los hijos de María Luisa Reig. Desde la madrugada del 1 de junio de 2011. Los únicos acusados, el hijo mayor de María Luisa, Pedro M. R., nacido de la violación que padeció su madre cuando era solo una niña de 14 años, y un exnovio maltratador, Antonio G. V., alias Caracortada, investigado ocho años antes por intentar matarla a golpes, solo estuvieron tres meses en prisión. La jueza y el fiscal dijeron que los indicios "se habían debilitado" y los excarcelaron sin fianza. Cuatro meses después, la jueza archivó la causa. Y así sigue una década después.

"¿Es que en España es gratis matar? ¿Qué clase de Justicia tenemos? Ellos siguen vivos, con sus vidas, sin que nadie les señale, y Mari lleva diez años muerta. Es impotencia, coraje, rabia, frustración...", se vacía su hermana Carmen Reig.

Como Marisol, "al principio, y a sabiendas de que los escasos restos que encontraron nos decían que estaba muerta, creía verla por la calle. Un día, en la playa de la Albufereta, no podía dejar de mirar a una mujer que tomaba el sol cerca de nosotros. ¡Era ella!". Sabe que era una fantasía, esa a la que te agarras hasta dejar sin sangre los nudillos porque es un recurso que te permite el hecho de "no tener un cuerpo que enterrar, un sitio al que ir a llevarle flores y llorarla".

Hasta hace un año, tenían la casa donde fue asesinada. Allí se reunían para llorarla. Cada año sin una sola falta, desde Alicante hasta Albalat dels Tarongers. "Ahora ya ni eso. El año pasado, la pandemia, y este... El banco se la ha quedado. Sin más".

En su caso, el duelo tampoco ha sido posible. "La recuerdo cada día de mi vida. Y sus otros hijos, lo mismo. Pienso en ella y en dónde estará su cuerpo. Sueño con que un día su hijo tenga la humanidad de decirlo. Sin un sitio donde llorarla o ver condenados a sus asesinos, no podemos cerrar la herida". La voz se le quiebra. El tiempo amortigua pero poco más.

"Sus cosas están ahí, esperándola"

Los testimonios se repiten como gotas de agua. "Me despierto cada mañana con Marta en la cabeza y así me acuesto. Su ropa está guardada, sus cosas, intactas. Esperándola...". Ahora es Marisol quien habla, pero podría ser Carmen o Soraya Taibi, la madre de Wafaa Sebbah, la más joven de las tres. Solo 19 años.

Wafaa desapareció sin dejar rastro el 17 de noviembre de 2019. Diez días después y a nueve kilómetros de donde fue asesinada Marta. La joven, que residía con su madre y sus dos hermanos menores en la Pobla Llarga, llevaba un par de meses viviendo en Carcaixent, en casa de un tipo que ha sido investigado y descartado por la Guardia Civil como sospechoso de su desaparición. Esta semana se cumplirán 18 meses. Y no hay un solo avance esperanzador en la investigación. Ni para bien, ni para mal.

"Pienso en ella cada día, a cada momento... A veces pienso que cómo llevará el pelo ahora, si habrá engordado, porque estaba muy delgada, si estará comiendo bien...". Otra vez la fantasía que intenta desplazar la realidad. Soraya se aferra a la esperanza. "Ojalá que vuelva pronto. Yo sigo soñando que está viva". Tanto, que apenas puede pronunciar la palabra "muerta". De hecho, hoy es la primera vez que la utiliza en las muchas conversaciones mantenidas conmigo. Y lo hace apagando la voz. "Este sentimiento es horrible. Que no le pase a nadie más, solo pido eso. No saber nada es peor que saber que está muerta".

Aún así, Soraya afirma que "sigue confiando en la Guardia Civil. El jefe de la UCO me prometió que me la devolvería. Y el juez en persona me citó para decirme que confíe, que están trabajando y que él me garantizaba que no iban a dejar de buscarla".

"A veces no puedo ni respirar, lo intento, pero no puedo...". Tiene otros dos hijos que la mantienen en pie. El pequeño cumplió 14 en mayo y el mayor ya tiene 18. Hace solo unos pocos meses que han empezado a salir a flote. Dejaron de estudiar. Se enfadaron con el mundo y con su madre, porque solo tenía ojos, oídos y pensamientos para la ausencia de Wafaa. "No estoy bien, pero he vuelto a trabajar y no quiero tomar pastillas. Por ellos". Atrás han quedado los meses en que dejó de cocinar, en que la casa se les venía encima, pero no el dolor que sigue lacerando sus entrañas.

Otra voz, pero el mismo mensaje: "Hay días que no me levantaría de la cama. El dolor es indescriptible, 24 horas los siete días de la semana. Pero me levanto por ella; me arreglo por ella; me peino por ella; respiro por ella... Por ella, pero también por mi hijo pequeño y porque quiero llegar hasta el final, hasta que a este asesino lo condenen a prisión permanente revisable. Por Marta y por todas las demás a las que hizo daño. Ahora, con el covid, me he cuidado de una manera que no te puedes imaginar, porque no me podía permitir enfermar o morir. Tengo que seguir en pie para hacerle Justicia. A ella y a todas las demás".