Las palabras silban sobre tu cabeza en Catastrophe. Las lenguas las carga el diablo y a menudo hay fuego cruzado de dardos verbales, a ratos obscenos sin tapujos. Hay una pareja en horas bajas y tanto él como ella se enzarzan en discusiones con pocas treguas. Y, sin embargo, se quieren. Y se perdonan deslices cuando ya saben de sobra que no acabarán comiendo perdices. Porque son infelices en muchos momentos pero aguantan como pueden. O como les dejan. No lo tienen fácil. Son de culturas distintas (él tan yanqui, ella tan británica) y, para colmo, los agobios laborales son insistentes y las tentaciones no se rinden fácilmente. En consecuencia: él va de cita de trabajo en cita de trabajo con resultados más bien ruinosos y ella sufre una bajada de tensión sexual que la lleva a vivir una seudoaventurilla con un jovenzuelo al que...

Remordimientos. Frustraciones. Rencores incipientes. Crispaciones laborales. Sexo con y sin seso. Crisis de la edad media. Paternidad en apuros. Rupturas al acecho. Duelo de lenguas viperinas en la cama. O en el salón. O en el coche. O en el cuarto de baño mientras se evacuan reproches y se cortan los pelos de la nariz. En fin: los decorados de la vida cotidiana más vulgar y doliente como escenarios de las rutinas domésticas. ¿Ru(t)inas? Parece un drama, así contado, y deprimente, así desgranado. Pero no: es una comedia de usos y costumbres, aunque no busca la sonrisa por la vía del chiste facilón o el gag chusco, aunque ciertamente hay escenas hilarantes en las que no queda más remedio que identificarse con las penurias de nuestros atribulados protagonistas.

Y aquí hay que fijarse en un detallazo que ayuda a comprender las poderosas razones de la serie para que su encanto desencantado no solo se mantenga temporada a temporada sino que progrese adecuadamente amoldándose con ingeniosa precisión a las distintas circunstancias de los personajes: Rob Delaney y Sharon Horgan no solo son los creadores, también interpretan a la pareja protagonista. Y si no fuera porque los diálogos están bien afilados y el ritmo no tiene altibajos casi parecería un docudrama con reparto amateur. No va de Modern family, aunque haya situaciones que recuerden a las desventuras de la familia moderna. Es un ejemplo admirable de naturalidad muy trabajada en la que lo espontáneo nace de guiones milimétricos puestos en escena con extremada sencillez y con interpretaciones bien conjuntadas.

'Cameo' de Carrie Fisher

Es comedia romántica hasta cierto punto porque ni se obsesiona con ser graciosa ni se pasa nunca de revoluciones empalagosas. Cuando chocan sus mundos (el bostoniano frente al irlandés en la tierra de todos que es Londres) puedes pasar de apoyar una u otra postura como si fuera un partido de tenis. Eso se llama ecuanimidad, supongo. Y credibilidad, seguro: nada de maniqueísmos. De ahí que, prescindiendo de brochazos y martillazos, Catastrophe sea tan real como la vida misma. Y, como regalo conmovedor, la aparición de Carrie Fisher. Imposible no sentir un escalofrío al verla en la escena del funeral como actriz invitada.