Series sobre el fin del mundo y mundos distópicos hemos tenido unas cuantas en lo que va de año, pero pocas de ellas tienen el enfoque realista y descarnado de El colapso. Esta miniserie francesa de ocho episodios de media hora de duración cada uno se estrenó en su país el año pasado y ha llegado al nuestro este verano de la mano de Filmin. Aunque en ella no hay ni rastro de virus ni de pandemias, las comparaciones con la situación mundial actual han sido inevitables. La crisis que ha generado la emergencia sanitaria ha puesto a esta serie de plena actualidad y seguramente en otro momento habría pasado más desapercibida entre el aluvión de estrenos de la competencia. Con presupuestos modestos compensados con la imaginación se puede contar mucho. Nada que envidiar a los proféticos augurios de Years and years.

El planteamiento es muy sencillo: qué ocurriría si el sistema dejara de funcionar y nuestro querido y maltrecho Estado del Bienestar colapsara de la noche a la mañana. Con una trama alejada de la ciencia ficción o la fantasía, nos sumerge a través de pequeñas píldoras de realidad descarnada en un futuro de pesadilla y muy desasosegante. No tiene nada que ver con el apocalipsis de Snowpiercer, Dark o The Umbrella Academy. El colapso tira más por el estilo narrativo que vimos en películas como El tiempo del lobo de Michael Hanecke o The Road de John Hillcoat. La miniserie aborda los primeros momentos de la hecatombe, cuando la realidad se desmorona alrededor de sus protagonistas. El inicio del fin. Momentos en los que la palabra solidaridad parece haber desaparecido del vocabulario, en los que prima el sálvese quien pueda y no hay un castigo divino para los malvados, ni recompensas para los héroes.

En medio del caos, nada sabemos sobre qué es lo que ha ocurrido, ni el porqué. Ni siquiera muchos de los personajes de sus historias, que siguen acudiendo a sus trabajos como si nada hubiera ocurrido, confiando en que esos días difíciles son un bache momentáneo y se recuperará la nueva normalidad. Cada episodio es una nueva historia, a modo de las antologías de Black Mirror, donde no hace falta haber visto el resto para entenderlos.

Al estar contados con un plano secuencia, donde todo el episodio se desarrolla en la misma toma, se acrecienta el efecto realista y tenemos la sensación de estar viviendo el mismo infierno que los protagonistas. Capítulo a capítulo, vemos escenarios tan dispares como un supermercado, una gasolinera, una comuna donde se intenta reiniciar una nueva vida, una residencia de ancianos, una central nuclear donde un grupo de personas intenta evitar otro Chernobyl... Lo que pasa en estos episodios, no es tan diferente a lo que pudimos ver durante los primeros días del confinamiento. Aquellos momentos en los que a algunos les dio por acaparar papel higiénico, sin saber todavía muy bien el por qué. La crisis del coronavirus también ha dejado muy patente cómo la sociedad ha dado la espalda a sus mayores, dando sus vidas por prescindibles. La miniserie nos coloca delante un espejo que refleja una imagen nada idealizada de nosotros mismo y realmente descarnada. A la hora de la verdad, por muy nobles principios que uno tenga, solo intentaremos salvar nuestro trasero y el resto será el enemigo.

En el episodio final, un activista intenta alertar a la ciudadanía de lo que se viene encima colándose en un programa de televisión en directo. Aunque no voy a desvelar nada de la trama, puede que alguno lo considere spoiler. De sus palabras intuimos qué es lo que pasa, nuestro sistema económico está diseñado para crecer hasta el infinito en un entorno en el que los recursos son finitos, una situación que llevará antes o temprano al colapso. Del virus, no hay ni rastro en el argumento. Por cierto, que en la nueva normalidad de la serie persistirá la desigualdad. En el tercer episodio se nos cuenta que hay un grupo de millonarios que, alertados de lo que va a ocurrir, huirán hacia una isla donde seguirán llevando una vida cómoda y privilegiada, mientras en el resto del mundo la gente se mata por una barra de pan o un bidón de gasolina.

Un grupo de cineastas franceses bautizados como Les Parasites (formado por Guillaume Desjardins, Jérémy Bernard y Bastien Ughetto) han sido los artífices de esta serie que por ejemplo al líder de Unidas Podemos, Pablo Iglesias, le ha servido para olvidar su mono de J uego de Tronos (ésta y La Conjura contra América). Quizá la idearon en el momento en el que la crisis de hace una década puso en jaque el Estado del Bienestar. Su intención fue mostrar al mundo lo frágil que era el sistema y que cosas que damos por sentadas podían venirse abajo con mucha más facilidad de lo que pensamos. La serie tiene una clara intencionalidad política y un mensaje social pero se convierte en un relato de terror. Porque la sociedad que refleja y lo certero de sus reflexiones prepandemia dan miedo, mucho miedo.