Apenas hay eslovenos por el Tour, más allá de dos estrellas, una que ya empieza a reinar, Tadej Pogacar, y otra que resiste, Primoz Roglic, por los golpes del combate. El público extranjero todavía no ha aparecido por la ruta francesa, liberada de mascarillas, con tanto espectador como antes de la pandemia. Y los periodistas eslovenos identificados viajan en una furgoneta para que puedan transportar las bicis con las que imitan a sus figuras en el poco tiempo libre que deja la carrera.

Y allí está Pogacar, como un ser libre, como un chaval de 22 años que se ha propuesto volver a ganar el Tour. Él ya no corre como los viejos campeones, padres, abuelos y bisabuelos, que lo hacían con las sensaciones que recogía el cuerpo. Él es de la nueva generación que al llegar a casa, tras el entrenamiento, o al hotel después de la competición, abre el ordenador y descarga los datos del ciclocomputador, los que lo conducen y le dicen realmente como se encuentra más allá de que duelan o no las piernas.

Por eso, él actúa a su antojo, para empezar a sepultar a todos los rivales bajo el azote del cronómetro, como hizo ayer, como hacían aquellos que vivían más de las sensaciones del cuerpo que de ordenadores portátiles que ni siquiera llevaban porque pesaban mucho y no servían para cosas que aún no se habían inventado, con Miguel Induráin a la cabeza.

A 51 kilómetros por hora

Los que se sitúan en las vallas, los que aguantan el aguacero que cae sobre Laval, los que pasan horas y horas viendo pasar a corredores que casi se toman la contrarreloj como si fuera un entrenamiento, apenas lo reconocen. A 51 por hora, no hay tiempo para fijarse en Pogacar, convertido en una ráfaga, en un ciclista vestido de blanco, cuya imagen enseguida desaparece rodeado de motos con fotógrafos y cámaras de televisión. "Los datos que tengo me reiteran que estoy igual que el año pasado. No esperaba, la verdad, sacar tanto tiempo, aunque seguramente ahora me tocará más defender que atacar, al contrario de lo que hice en 2020. Pero estoy preparado".

Habla feliz, Pogacar, reposado y recuperado, con su jersey blanco como mejor menor de 25 años de la prueba, porque el amarillo lo ha conservado Van der Poel, con su pedaleo salvaje, a pesar de reconocer que él no pierde el tiempo mirando de mejorar la posición aerodinámica, entrenando en túneles del viento y mirando el ciclocomputador. Casi como si fuera su abuelo Raymond Poulidor

La rabia de Van der Poel

Quienes lo conocen bien aseguran que si peleó por la primera plaza no fue tanto por ceder el amarilo a Pogacar, con quien mantiene una magnifica relación, sino porque no se lo birlase Wout van Aert, cuarto de la etapa, y enemigo irreconciliable, como si fuera 'Pou-Pou' frente a Jacques Anquetil.

Pogacar ya tiene, antes de que aparezca la primera montaña de verdad, a todos los rivales que lo inquietan en la general a minuto y medio y dos minutos, entre Rigo Urán (el primero, a 1.29) y Enric Mas (el último, a 1.58) después de una aceptable contrarreloj del corredor mallorquín del Movistar; con Richard Carapaz, a 1.44 minutos; Roglic, a 1.48, y Geraint Thomas, a 1.54 minutos. Los 'humanos' de la carrera están en un pañuelo y todos saben, por si a alguno se le había olvidado, que el enemigo común se llama Pogacar, triunfador en su primer acto para ganar otra vez el Tour.