Nadie frena en un descenso. No lo hizo Miguel Induráin en la bajada del Tourmalet de 1993 cuando se le escapó Tony Rominger y no lo hace Tadej Pogacar, a la caza y captura de Jonas Vingegaard, un danés que ha tomado el relevo de Primoz Roglic en el Jumbo. Todos se lanzan como si estuvieran locos, como si no les importara vivir. El Ventoux se convierte en un monte cruel de subir y salvaje de bajar. 

Algunos superan los 100 kilómetros por hora. Con los frenos de disco se sienten más seguros aunque cuando a Induráin se le pregunta lo bien que le hubieran ido hace 28 años responde que le habría dado igual porque apenas frenó bajando. Pogacar, sin embargo, apura en las curvas y se hace valer de las manetas del freno para disminuir la marcha lo menos posible porque en el último kilómetro de la segunda subida al Ventoux se le ha escapado el danés. "Iba muy fuerte y no lo pude seguir. Fue un día de mucho calor, pero he salvado la situación", confiesa el jersey amarillo aliviado en la meta de Malaucène, al pie del 'Gigante de Provenza', que casi sepulta a Enric Mas cuando el mallorquín cedió a dos kilómetros de la cima, para entregar más de un minuto y aumentar la altura de los escalones que conducen al podio de París.

Pogacar es humano, como lo era Induráin cuando cedió ante un letón desatado, llamado Piotr Ugrumov, en la subida a Oropa del Giro de 1993, que ganó. Pogacar desiste ante Vingegaard y cruza la pancarta del Ventoux 38 segundos después del corredor danés para lanzarse a por él en un descenso que realiza a velocidad de vértigo y casi siempre a rueda de Rigo Urán, que por una vez -nunca lo hace subiendo- toma las riendas de la carrera. Pero el joven ciclista esloveno enciende cierta alarma porque evidencia lo que no esconde y lo que todo el mundo ya sabe. El calor no va con él. Prefiere el otoño de Bretaña para comenzar el Tour y el invierno de los Alpes para ponerlo patas arriba.  

Llegó el verano

El Tour suda, los auxiliares sacan las medias que han comprado en tiendas de centros comerciales. Medias para las piernas que recortan y anudan para colocar dentro el hielo que luego se derrite lentamente sobre la espalda o el cuello de los corredores. El verano se ha presentado sin avisar. Solo las cigarras que cantan en la Provenza como no lo hacen en ningún otro lugar anuncian el cambio de temperatura, brusco, como este Tour que domina Pogacar de forma abrumadora aunque se le busquen las cosquillas, aunque llegue con el jersey amarillo mojado del esfuerzo y se espere más calor en los Pirineos, a partir del domingo.

No se altera por Vingegaard, solo dos años mayor que él y que ya presentó credenciales de buen corredor cuando en abril acabó la Itzulia en segunda posición y porque Roglic, vencedor y compañero, lo frenó para que estuviera a su lado. Y casi en la línea de meta Pogacar lo captura para que el danés no sume ni un segundo de gloria.

Increíble la táctica del Ineos. ¿Buscaban un ataque de Richard Carapaz que nunca llegó? ¿Trabajaban como gregarios de Pogacar y realizaban el trabajo que difícilmente puede hacerle elEmirates? Se pasaron tirando toda la etapa para que nunca se produjera la ofensiva del corredor ecuatoriano y lo único que consiguieron fue cortar la digestión a Mas, que seguramente no era el objetivo. ¡Ah! y dejar a Luke Rowe fuera de control.

La sensatez del Jumbo

El Jumbo, más sensato, tanteó el doble premio: la victoria de etapa con un espectacular Wout van Aert, un corredor maravilloso, y apretar las tuercas a Pogacar con el ciclista que han presentado ante la sociedad del Tour. Y casi logró el doble premio, porque el campeón de Bélgica se llevó la etapa pero la ofensiva de Vingegaard tachó números del boleto de la suerte pero se quedó sin cantar siquiera línea.

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Van Aert es lo más parecido a Mathieu van der Poel (o casi se podría decir que el nieto de Poulidor es lo más semejante al ciclista belga, tanto monta) porque es un corredor pluriempleado: destaca en el barro del ciclocrós donde ha sido campeón del mundo, vuela en las contrarrelojes (es el actual subcampeón del mundo), esprinta como el mejor de los velocistas y encima gana clásicas como la Milán-San Remo, la Strade Bianche o la Amstel Gold Race. Y hasta cuando quiere, como este miércoles en el Ventoux, se presenta como un perfecto y sensacional escalador.