Asomada a un balcón natural la ciudad observa un original choque de paisajes. A un lado la Ría de Pontevedra, rica en vistas y productos gastronómicos, mientras por el otro costado baja el río Lérez, con un cristalino caudal que surca un valle fértil y exuberante de vegetación autóctona. La capital es propietaria de los últimos kilómetros de su cauce a los que sus vecinos se rinden, dedicando como sacrificios gustosos largas caminatas para comulgar con su naturaleza.

Porque los pontevedreses son grandes caminantes, eternos turistas de su propia ciudad diseñada para disfrutar a pié. Aquí a todas partes se va andando, por norma, porque la propuesta realizada hace ya unos 20 años de facilitar y priorizar la circulación de los peatones sobre los coches ha sido un éxito, ya reconocido internacionalmente, y que los vecinos defienden como marca registrada de su estilo de vida.

Pontevedra ofrece un verano soleado o un invierno suave. Ni fríos ni calores extremos. El lugar donde llueve lo justo para que el verde predomine en el paisaje y se produzca el grandioso milagro de cultivar y elaborar los albariños, uno de los mejores vinos del mundo. Un clima que se mantiene en la ciudad, aportando poco ruido y escasa contaminación. En definitiva, el lugar perfecto para evitar los calores del verano peninsular y los gélidos inviernos del interior. Una característica que le merece el curioso calificativo de "Galifornia".

La ciudad de los niños ha inspirado a Pontevedra. Se trata del proyecto "cuasi utópico" del reconocido pedagogo italiano Francesco Tonucci, que por fin vio realizado su sueño en la capital del Lérez. Y a la que ahora siempre menciona como referente para que sus lectores comprendan como funciona un modelo urbano ideal para que los niños (mayores y discapacitados también) vivan libres y felices. En realidad, la propuesta es para todos, porque en una ciudad libre de tráfico agresivo, en el que los pequeños pueden jugar con balones sin preocupaciones, y donde los mayores no encuentran barreras, todo es más democrático.

Calles, plazas y terrazas como el patio de su propia casa

Perderse en sus callejones es todo un programa cultural

Una ciudad antigua que vive a pie. De peregrinos que la cruzan de sur a norte desde hace siglos. Pero también de gente que disfruta de caminar cada día, porque saben que la calle o la plaza en la que viven es la continuación de su propia casa. El modelo urbano, que ha liberado los espacios públicos que se usaron durante décadas en el siglo XX para aparcar, le ha dejado a los peatones la posibilidad de disfrutar cada momento. La ciudad invita a pasear, por salud e incluso por comodidad para todos. Participar de la estupenda costumbre de caminar y disfrutar de calles y plazas sin coches es todo un programa en sí mismo.