Nathalie Poza, Lola Dueñas y Juan Diego emocionaron y convencieron ayer en el Festival de Málaga con su trabajo en No sé decir adiós, ópera prima de Lino Escalera que aborda los códigos de comunicación en la familia y cómo la muerte lo trastoca todo. La película, una de las favoritas del certamen hasta ahora, cuenta la historia de un padre y dos hermanas que se reencuentran ante la enfermedad terminal del primero y que no consiguen aceptar esa realidad. Pese a que la muerte está permanentemente al acecho, Escalera no renuncia al humor y a la ternura.

"Lo que más me interesaba era ver cómo funcionan los códigos de comunicación en la familia, arrojar luz sobre los complejos lazos afectivos que nos unen a padres, hijos y hermanos", señaló el director. En su opinión, el tema de la muerte es el trasfondo y motor de la historia, que se centra en cómo esos personajes se relacionan entre sí, marcados por unos roles heredados desde la infancia. "El personaje de Juan Diego es austero y parco emocional, algo muy característico de la generación de la posguerra, y eso define los roles y relaciones de las hijas", subraya Escalera.

Blanca (Lola Dueñas) es la mayor, la que tuvo que asumir el papel de colchón y pegamento de la familia ante la ausencia de la madre. Es sensible y muestra abiertamente su fragilidad, mientras que Carla (Nathalie Poza) es lo contrario, más parecida al padre en su aspereza emocional, silenciosa y encerrada en su caparazón. "Es el viaje más catártico que he hecho profesionalmente", aseguró Poza, una actriz con una sólida trayectoria en cine, teatro y televisión, y que el año pasado trabajó con Pedro Almodóvar en Julieta.