Con su segundo largometraje, Foxtrot, presentado ayer en la competición oficial del Festival de Venecia, el israelí Samuel Maoz continúa con su crítica a la militarización de su país, algo que hace, "desde el amor". "Si critico el lugar en el que vivo es porque me preocupa y lo quiero proteger, lo hago desde el amor", aseguró Maoz, que tanto en Foxtrot como en Lebanon -que ganó el León de Oro de Venecia en 2009- traza duras historias relacionadas con los traumas de la guerra.

En Foxtrot, una película contada en tres partes, al estilo de una tragedia griega clásica, la historia comienza cuando Michael recibe la noticia de que su hijo ha muerto mientras estaba realizando el servicio militar. El trauma que crea en la familia y la diferente forma en que cada miembro se enfrenta a él da pie a Maoz para realizar un duro retrato del ejército israelí y lo absurdo de una militarización interminable que afecta a toda la sociedad. En la película el realizador muestra a dos generaciones, la primera de supervivientes, y la segunda, de los jóvenes que actualmente cumplen ese servicio militar obligatorio.

"Todos experimentan traumas por cosas ocurridas durante su servicio militar en este conflicto sin fin", explicó Maoz.