"Me llamaban la abuela de la Nouvelle Vague, pero ahora digo que soy la dinosaurio de la Nouvelle Vague". A sus 89 años, la directora belga Agnès Varda mantiene intacto el humor, la curiosidad y la actividad artística por la que el Festival de San Sebastián le entregó ayer el premio Donostia. El primero de los grandes premios honoríficos de esta 65 edición del certamen -que también recibirán Ricardo Darín y Mónica Bellucci- es un tributo a su trayectoria, pero Varda también presenta película, el documental Caras y lugares, una road movie por la Francia rural que ha hecho acompañada del fotógrafo y artista callejero JR.

Pese a la diferencia de edad -él tiene 34 años- ambos demuestran una gran complicidad en pantalla cuando acuden, a bordo de una furgoneta, al encuentro de franceses anónimos -mineros, agricultores, camareros, estibadores- para oír lo que tienen que decir y hacerles unos singulares retratos fotográficos. "La idea era poner en valor a la gente que no tiene poder, escuchándoles y también haciendo esas fotografías gigantes", explicó la directora de Cleo de 5 a 7 o Sin techo ni ley.

"Intentamos a la vez ser modestos, porque los encuentros y las fotos son efímeros, y activos para comprenderles; pienso que crear vínculos es una sensación muy útil en un mundo caótico como en el que vivimos", sostiene. En realidad el espíritu de Caras y lugares no se aleja mucho del que inspiró una de sus primeras películas, Daguerrotypes, un documental en el que filmó a los comerciantes de la calle de París en la que vivía.

Pionera del cine feminista y única mujer que ha desarrollado una carrera como cineasta a partir de aquella eclosión creativa de la Nouvelle Vague, Varda recibe honrada premios como el Donostia o el Óscar honorífico que le entregarán el año que viene. Pero lo que más ilusión le hace es la posibilidad de reencontrarse con el público que le está brindando Caras y lugares a alguien que, como ella, se considera una directora "marginal". "No hay una relación directa entre los premios y el éxito comercial. Yo soy bastante conocida como cineasta porque llevo mucho tiempo haciendo películas, pero me cuesta encontrar financiación para producirlas", admite.

Por otra parte, ayer se proyectó la película Handia, de los vascos Jon Garaño y Aitor Arregi, un cuento sobre el gigante de Altzo, Miguel Joaquín Eleizegi, cuya fascinante vida les sirve de metáfora para hablar sobre "cambios imparables y lo conveniente, o no, que es adaptarse a los cambios cuando son inevitables". Así lo explicaba Garaño, minutos antes de que el público del Festival de San Sebastián, que terminó con las entradas nada más ponerse a la venta, vieran en pantalla grande su propuesta cinematográfica, "tan distinta" a Loreak. "No tienen nada que ver", apunta el director.

También se presentó Princesita, de la chilena Marialy Rivas, en la que se denuncia que el mundo ha estado tradicionalmente dominado por los hombres y "la lucha recién ha comenzado". "Lo cierto es que nos siguen matando", resalta.