Mito, leyenda e icono del imaginario español. En todo eso se convirtieron con el paso de los años los toros de Victorino Martín Andrés -fallecido ayer a los 88 años tras no superar un ictus-, quien hace más de medio siglo comenzó, casi de la nada, a dar forma a la que es una de las más famosas ganaderías de bravo de la historia: los victorinos.

Desde su natal Galapagar, a la sombra berroqueña del Guadarrama, este astuto carnicero y hombre de campo, superviviente y huérfano de los años duros de la posguerra, llegó a obsesionarse por satisfacer, con tantos sacrificios como osadía, la gran pasión de su vida: la crianza de toros de casta. Con paciencia de tratante fue como, a principios de los sesenta, encontró por fin su gran oportunidad al adquirir, en sucesivas compras, la vacada que los varios herederos de Juliana Escudero estaban dejando caer en el abandono, pese a su excelente pedigrí. Así Martín comenzó a cumplir un sueño que le iba a llevar hasta lo más alto de la crianza del bravo.

Desde 1972 su ganadería estuvo presente todos los años en la feria de San Isidro de Madrid, logrando importantes éxitos, lo que le llevó a salir hasta en dos ocasiones a hombros de la plaza.