Cuando a primera hora de la mañana del viernes el todavía presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont, llegó al Parlament junto a su mujer, Marcela Topor, nadie debería haber tenido ya dudas: en esa jornada, y no en otras anteriores aunque pareciera que sí, se iba a producir la tan temida por algunos y esperada por otros DUI (declaración unilateral de independencia) de Cataluña. ¿Por qué si no ese día, y no la noche del referéndum o la ajetreada jornada del 10 de octubre, Puigdemont iba a hacerse acompañar en público por su primera dama? Para otra vuelta de tuerca al procés o para lanzar de nuevo la pelota a Madrid, habría preferido que se quedara al margen, como ha sucedido en las últimas semanas, en las que se llegó a especular que la esposa se había ido con sus dos hijas a su país de origen, Rumanía, para alejarse de la presión.

Pero el viernes era el día de la DUI y la pareja encaró junta una larga jornada con la que, a buen seguro, llevan soñando desde que comenzaron a cortejar en 1998, cuando él la conoció en una obra de teatro en la que ella participaba como actriz.

A sus dotes sobre las tablas habrá tenido que recurrir Marcela Topor estos dos últimos días para aguantar el tipo en público y disimular la zozobra que innegablemente le tiene que invadir por dentro. Los días de vino y rosas de los que ha disfrutado en su tierra de acogida, Cataluña, parece que se han acabado. O como poco no serán tan acomodados y tranquilos por una larga temporada.

Por sus orígenes no le faltan dotes para encarar los golpes que le depare la vida en común con un marido que, según la gran mayoría de los analistas, ha decidido suicidarse políticamente y llevarse por delante los altos niveles de prosperidad de su "querida" tierra catalana.

Los orígenes de Marcela Topor se sitúan en Iasi, una de las ciudades más pobladas e importantes del país, que fue capital del Reino de Rumanía a principios del siglo XX y que tiene su héroe propio, Alejandro Juan Cuza, considerado el padre del estado rumano moderno. Topor cumplió 41 años el pasado septiembre y se adivina en lo poco que se conoce de su currículum que desde bien joven su principal objetivo fue dejar atrás Rumania y las dificultades en las que quedó sumido el país en la era poscomunista.

En plena adolescencia tuvo que afrontar la inestabilidad política de su patria y se puso las pilas: se licenció en filología inglesa en la Universidad de Bucarest, realizó algunos trabajos esporádicos, trató de aprovechar cualquier oportunidad de salir al extranjero y en 1998 se la sitúa en Gerona de gira teatral.

Allí cautivó a Carles Puigdemont -para entonces, ya recuperado de la depresión que le provocó su primer gran desamor (español) de juventud- y a los dos años se casaron, por lo civil en Roses y por el rito ortodoxo en los Cárpatos. En la recóndita Bucovina, en la Transilvania, pasaron por lo visto la luna de miel para luego regresar a Gerona, de donde no han salido.

La filóloga y actriz se reconvirtió en periodista y hace entrevistas y dirige el Catalonia Today, periódico con amplia subvención de la Generalitat en la que hasta el viernes mandaba su marido.

Además, le atribuyen afición a los ritos ancestrales, amuletos y espiritismo, lo que le ha valido el poco amable apodo de "la bruja de Puigdemont".