Sesenta y dos años antes de la del príncipe Enrique, la boda de Rainiero III de Mónaco con Grace Kelly, que estaba entonces en el apogeo de su gloria en Hollywood, fue el primer enlace real televisado. Imágenes en blanco y negro retransmitidas en directo pero que llegaron al público estadounidense en diferido.

Todavía no existía la televisión en color y pocos tenían un aparato en casa. Pero la novia, estadounidense como la prometida de Enrique, Meghan Markle, era el ingrediente perfecto para dar un toque de glamour a Mónaco y ayudar al joven príncipe de 32 años a dar un nuevo impulso a su pequeño Estado en un período de posguerra. Consciente de los beneficios que podía sacar de la presencia de cámaras de televisión de todo el mundo y de su alianza político-económica con Estados Unidos, el Principado no escatimó para hacer de esta ceremonia un evento mediático planetario. En abril de 1956, tres años después de la retransmisión de la coronación de Isabel II de Inglaterra, 30 millones de telespectadores europeos siguieron la boda.