Si Willy Fog tuviera que comprarse las maletas para realizar su Vuelta al mundo en 80 días seguro que sería en una boutique Louis Vuitton. Para entender esta afirmación solo hace falta entrar en Time Capsule, la exposición que acoge hasta el 15 mayo el museo Thyssen-Bornemisza de Madrid, y en la que se repasa la historia, obra y milagros de la emblemática firma francesa.

La muestra es un viaje hasta el corazón de la maison, porque si hay algo que caracteriza a Vuitton es el viaje. El fundador de la casa, Louis Vuitton, empezó su carrera como empaquetador de la emperatriz Eugenia. Poco a poco, tras formarse con los mejores maleteros de Francia, en 1854, funda su propia empresa y abre tienda en París. El éxito le llega muy pronto porque, como todos los nombres que consiguen asentarse en el mercado del lujo, Vuitton fue un adelantado a su tiempo. El empresario supo identificar una necesidad en la sociedad del momento: mejorar los recipientes para transportar el equipaje de la adinerada burguesía durante sus viajes, cada vez más frecuentes. Así, a través de una línea del tiempo con sus diseños más revolucionarios, la exposición va envolviendo al visitante en el aura Vuitton, un universo con más de 160 años de historia en el que el diseño y la innovación siempre han ido -y siguen yendo- de la mano. Vuitton fue el primero en hacer baúles planos para facilitar su transporte y apilamiento en los trenes. Ya en 1858 lanzó su mítico baúl de tapa plana en lona gris Trianon, en 1872 el de lona a rayas rojas y beiges, y en 1888 el de lona Damero, uno de los estampados más reconocidos de la firma.

Su hijo, Georges Vuitton, fue el promotor del que sería el sello indiscutible de la casa: el Monogram. Mezclando piezas originales de la época y otras de creación reciente, procedentes de los archivos de Vuitton, la muestra va demostrando como los valores, la forma de trabajar -con la calidad y la artesanía como principios indiscutibles- y el diseño permanecen intactos a pesar del paso del tiempo.

Y en ese recorrido, el visitante emprenderá un viaje histórico, porque Vuitton uso sus habilidades para adaptarse a los

cambios de los tiempos y convertirse en un retratista de la sociedad de cada momento gracias a sus baúles, maletas y bolsos; auténticos ejemplos de la elegancia en movimiento. Con los Roof Tunk y Driver's Bag, un baúl para transportar en el techo de los automóviles -que no disponían de maletero- y una bolsa de viaje especial para los conductores, Vuitton se anticipó de nuevo a las necesidades de los clientes a finales del siglo XIX. Con la llegada de los viajes transoceánicos en barco de vapor, llegó el Steamer bag, una bolsa que podía guardarse en el interior de sus ya célebres baúles-armario que cualquier viajero ansiaba tener y que contaban con otra revolución, las ruedas. Con los primeros traslados en avión, llegaron las maletas Aero trunk y Aviette, las primeras que buscaban aligerar el peso del envase para permitir transportar la mayor cantidad de equipaje. Y así, hasta el día de hoy, en el que la casa sigue buscando desarrollar marroquinería y maletas que faciliten la vida a los que las lleven y que, además, aporten ese plus de distinción y exclusividad que van implícitos en sus diseños.

Ante tal panorama, no es de extrañar que Vuitton haya sido una de las casas más reclamadas por celebridades de todo el mundo para disponer de diseños personalizados. Un bolso balón para la Fifa, un set de equipaje para el chef Ferran Adrià? Pero Vuitton es mucho más que maletas. ¿Qué mujer no ha soñado con poseer en su armario o vestidor uno de sus bolsos o complementos? Sus míticos modelos Capucines, Twist, Alma, NéoNoé, Speedy? aparecen detrás de los cristales en diferentes estampados y procedentes de diferentes siglos, para demostrar que el verdadero lujo es inmortal. Y, para conseguirlo, los artesanos de la maison, que fabrican con sus manos cada bolso, son la pieza fundamental. Por eso, no podían faltar en esta muestra. De hecho son ellos los que reciben al visitante con una exhibición en directo de fabricación de los bolsos en la entrada.

Antes de pasar a la sala audiovisual, que podría ser una cápsula del tiempo directa al alma de Louis Vuitton, el espectador puede disfrutar de algunas de las colaboraciones más significativas de la firma fuera del universo maletas y bolsos. Desde un abanico con la actriz Rossy de Palma, una silla diseñada por la arquitecta Patricia Urquiola, una mochila-paraguas creada junto a la diseñadora Sybilla, y el cofre Twisted, desarrollado junto al premio Príncipe de Asturias de las Artes 2014, el arquitecto Frank Gehry.