El cine era su evasión cuando era un niño rodeado de violencia en Manhattan y el cine sigue siendo la gran pasión de Martin Scorsese, como demostró en el Festival de Cannes. "Todos vamos a desaparecer y el cine con nosotros, ¿pero por qué ahora?, se preguntó el cineasta, recientemente galardonado con el premio Princesa de Asturias de las Artes. Con una energía desbordante, unas risas generosas y una mente cinematográfica al alcance de muy pocos, Scorsese habló ayer a una velocidad de vértigo de su infancia, de sus inicios en el cine o de lo que aprendió de sus padres, pero sobre todo de cine.

"El cine me aportó mucho cuando era niño, de joven y de adulto y creo que esto tiene que marcar psicológicamente también a otras personas. Es algo demasiado emotivo para mí. Cuando pienso en las películas que he visto, francesas, italianas, americanas, de John Ford... Algunas veces las películas son como una experiencia religiosa, un sentimiento de alivio que cambia tu vida", reflexionó.

"Entonces, ¿por qué permitir que eso desaparezca?", dijo el director de 75 años, ante un público que le recibió en pie y que llenaba el teatro de la Croisette de Cannes. Era un acto de homenaje previo a la recepción de la Carroza de Oro de la Quincena de Realizadores, la sección más independiente del Festival de Cannes, que premia cada año la trayectoria de un cineasta consagrado.

Un premio muy agradecido por Scorsese, que comenzó su carrera internacional en Cannes y precisamente en esa Quincena que recibió primero con reticencias y luego con los brazos abiertos una de sus primeras películas, Malas calles, que fue el gran descubrimiento de la edición de 1974. Fue la primera vez que Scorsese participaba en Cannes, donde solo dos años después se llevaría la Palma de Oro por Taxi Driver, y reconoció que su estreno en el festival conforma uno de los mejores momentos de su vida profesional.

"Iba libremente de un sitio a otro, encontrándome con todo el mundo, con estrellas, directores, productores, cineastas que también empezaban como Wim Wenders, fue una época increíble", reconoció el director sin atisbo de nostalgia.

Scorsese fue desgranando su vida en respuesta a las preguntas de un grupo de directores franceses entre los que estaban Jaques Audiard o Bertrand Bonello.

Con sonoras carcajadas y cero ironía, el director de Toro salvaje, Uno de los nuestros o Casino, encandiló a toda la audiencia cuando contó cómo era su infancia en Manhattan, donde nació en 1942, y donde creció rodeado de una violencia de la que solo se escapaba a través del cine y la música.

Una infancia dura, de niño asmático y sin libros en casa que, sin embargo, le ayudó mucho a darse cuenta de que la maldad y la bondad pueden estar a la vez presentes en el mismo ser humano, algo que siempre ha reflejado en los complejos personajes de sus películas. Y reconoce con humildad que tardó muchos años en darse cuenta de que en Mean Streets lo que contaba era la historia de su padre y su relación con sus hermanos más jóvenes, además de las de esas familias extendidas dado que sus padres procedían de familias numerosas.

"Por eso yo solo he tenido dos", dijo entre risas. Y por eso le gusta el melodrama, la mezcla de tragedia y drama, una herencia también de su educación católica y de las enseñanzas de un cura que en la adolescencia le enseñó que era posible ayudar a los más desesperados sin esperar nada a cambio.

Una vida dura en la que, sin embargo, nunca faltó el humor, el elemento esencial a juicio de Scorsese para equilibrar las dimensiones cómicas y trágicas de la realidad y del cine.

Un humor poco presente sin embargo en su cine, con excepciones como ¡Jo, qué noche! o El rey de la comedia, aunque en su opinión la primera más que una comedia es una pesadilla y una locura y la segunda fue mucho más duro hacerla de lo que pueda parecer el resultado. Historias que contaba sin parar y que le servían para reconocer que le gustaría hacer películas en apariencia simples, como las que hacían Jean Renoir o Luis Buñuel, y que Elia Kazan es una de sus grandes influencias como director.

Además de asegurar que sigue sintiendo una gran ansiedad cada vez que hace una película, aunque ha aprendido a eliminar los planos que son demasiado bellos para que no se resienta el conjunto global, como hizo Rodin al cortar las manos de su escultura de Balzac. Un cineasta que hace documentales sobre música porque le sirven de relax entre proyectos de ficción más tensos y que hace películas "para compartir" todo lo que ve, aunque eso incluya "el lado oscuro de la familia".

Scorsese fue ayer el gran protagonista de un Festival de Cannes que cuenta este año con la emisión de cinco películas españolas.