Daniel Monzón confiesa que el mar aparece en todas sus películas porque se siente isleño. Ahora vive en Valencia, también cerca de la costa. Acaba de terminar Yucatán, una boat-movie, una comedia de personajes que se desarrolla en un crucero que atraviesa el Atlántico. "Es una historia que tiene algo de bullicio berlanguiano", adelanta el cineasta y creador de la exitosa película Celda 211, protagonizada por Luis Tosar y producida por la coruñesa Vaca Films.

- ¿Qué siente cuando le toca revisar sus películas? ¿Mirarse al espejo no es un poco duro?

-No miro muchas veces las películas que he hecho. Las veo bastante en el momento que se estrenan para cotejarlas con el público y aprender. Luego procuro no verlas más. Cuando pillo fragmentos por televisión me han resultado gratas. No se me ha caído el alma a los pies. Pero sí que he notado que yo he cambiado. Noto mis películas como fruto del momento en que fueron hechas.

- ¿Cuál ha envejecido mejor?

-No las he valorado. Con Celda 211 sucedió algo que es difícil que ocurra con una película. La reacción de los espectadores de los diferentes lugares del mundo donde se estrenó la película era exactamente idéntica. La reacción era arrolladora. Es una película que desde el mismo principio atrapaba al espectador como si fuera una aspiradora, lo mantenía al filo de la butaca, y no lo soltaba hasta el final. Incluso después del final, yo notaba que la gente tragaba aire. Sin ir más lejos, esa película me abrió las puertas de Hollywood.

- Películas de presos hay muchas, pero el tratamiento de Celda era muy crudo. ¿Encajaba en el sistema hollywoodiense ?

-Es curioso porque los derechos de la película los compró Paul Haggis. De hecho, hubo una cierta puja por los derechos entre él, Mel Gibson y David Fincher. Se escribió un guión y me ofrecieron dirigirlo. Y yo les dije que no porque yo la película ya la había hecho. Y la sentía tal y como era. Para mí Malamadre es Luis Tosar. Y me decían, "pero oye, puede hacer el papel Russell Crowe". Leí el guión de los americanos y curiosamente era mucho más blando que el original. Y me hacía gracia porque en las entrevistas que yo mantuve con distintos productores de Los Ángeles me decían: "Nos entusiasma la película, pero porque está hecha. Si nos traes ese guión a nosotros, no tendríamos valor de llevarlo a cabo". Y eso me dio una clave a la hora de trabajar fuera, en EEUU. Porque las películas que yo hago son muy mías, aunque estén planteadas desde el entretenimiento, tiene que ser mi voz. Eso es lo que me ha retraído de ir a trabajar allí. Me han ofrecido algunas superproducciones, pero yo me pregunto "¿qué pinto yo en una superproducción?" No voy a ser más que un pequeño engranaje dentro de un gran mecanismo. No voy a poder hacer que mi voz se escuche. Otra cosa es que sea una película de otro tipo. Por ejemplo, pienso en las películas de Denis Villeneuve, quien ha encontrado un buen sitio en Hollywood. De hecho, con uno de sus productores, el de Prisoners, tuve un encuentro maravilloso y pensé: "Con éste sí me iría a hacer algo". De momento, me siento tan cerca de mi cultura que prefiero hacer cosas aquí.

- Yucatán es su nueva película. Una comedia de estafadores. ¿No tenía el cuerpo esta vez para abordar temas sociales?

-Es un error pensar que la comedia no tiene cosas que decir. De hecho, hay películas maravillosas que dicen cosas profundísimas sobre el ser humano, y que son comedias. Pienso en El apartamento. A mí me gusta retarme a mí mismo y me gusta meterme en aquello de lo que tenga cuerpo. Después de la tragedia angustiosa y claustrofóbica de Celda 211, o la intensa experiencia de El Niño, tenía ganas de algo aparentemente más ligero. Pero te digo yo que hacer una comedia es muy complejo. Como espectador, algunas de las películas de mi vida son comedias: Con faldas y a lo loco, Ser o no ser de Lubitsch, Sucedió una noche de Capra u otras más modernas como Algo pasa con Mary o Atrapado en el tiempo, de Harold Ramis. Son comedias que hablan del ser humano. A mí me apetecía hacerle ese regalo al espectador. Porque a mí me han hecho ese regalo. La comedia es un acto de generosidad.

- El mar está presente también en esta película. Es una constante de su cine.

-Tiene mucho que ver con mi carácter isleño. Porque yo me siento isleño. Contrariamente a lo que mucha gente piensa, en la isla no siento claustrofobia, sino lo contrario: yo estoy en la isla y miro el mar y tengo la sensación de infinito y de plenitud. Y me inspira. El mar es una metáfora de muchísimas cosas y de una forma o de otra está en todas mis películas. Incluso en Celda 211, cuando Malamadre lo menciona: uno de sus mayores recuerdos de libertad tiene que ver con una playa, con la imagen del mar. Y Yucatán es una gran comedia marítima.

- Las películas españolas que están sorprendiendo en los festivales son algunas de mujeres, como la de Carla Simón, y son proyectos pequeños y con directores multitarea (son productores, actores, realizadores). ¿Se siente de la última generación de cineastas a la antigua usanza?

-Espero y deseo que no. La manera de empezar es con proyectos pequeños. Espero que esos profesionales maravillosos puedan hacer en el futuro si lo desean una película grande. En mi caso, yo también haría una película pequeña. Cada historia tiene su propia magnitud. De hecho, estoy deseando encontrar una historia que contenga esos mimbres para hacer una película con esas características. El año pasado las mejores películas que vi en los cines, las más arriesgadas, fueron españolas, y muchas de ellas dirigidas o protagonizadas por mujeres: Verano 1993, La librería, V erónica de Paco Plaza o Colossal de Nacho Vigalondo.

- E l funcionario de prisiones de Celda 211 ahora se encontraría a raperos en la cárcel. Tendría que cambiar toda la película.

-Cierto. Antes de hacer la película nos documentamos mucho y visitamos muchas cárceles. Tuve la sensación de que muchas de las personas que uno piensa que deberían estar en la cárcel no estaban. Y que todos los que estaban, teniendo un motivo para estar, procedían de unas clases bastante desfavorecidas. Si algunos de ellos pertenecieran a una clase social que le permitiera pagarse unos buenos abogados, quizá no estarían ahí.

- Alberto Rodríguez ya ha dado el salto a la series. El cine crece por otros canales. No me creo que a usted no le pique la curiosidad.

-Me han llamado de muchas plataformas de contenidos para hacer proyectos pero he dicho que no. El cine tiene la tiranía de la duración y hacer una serie podría ser bonito porque te permite entrar en los personajes como lo hace la novela. Pero de momento yo hago cine.