De alguna manera un título imposible como Elderly Woman Behind the Counter in a Small Town lo resume todo: Esa guitarra acústica tan sencillota sobre la que de repente aparece la voz inusual de Eddie Vedder y te quedas pillado. Esa primera estrofa epítome es. Una vez pillada la frecuencia, algún detalle. Eddie Vedder estaba el pasado sábado noche en el WiZink Center de Madrid ante 10.000 entregados fans como parte de su periplo europeo en solitario. Sin Pearl Jam, o sea, a su bola. En su apuesta rollo MTV Unplugged en la que cualquier cosa puede pasar.

Sin corsés, sin presiones. Solo con su guitarra ante multitudes a las que lanza por aquí Far Behind, por allí Indifference. Mucho Pearl Jam en la capital para alegría de la afición, que corea I Am Mine, Sometimes o Inmortality, pero también versiones bonitas como Wildflowers de Tom Petty.

Esta es, en definitiva, la fiesta de Eddie. Si queréis saber cómo son sus guateques privados en casa con colegas, esto es lo más cerca que vais a estar „salvo que seáis Javier Bardem, presente ayer como es ya tradición desde hace más de una década„.

Man of the Hour „dedicada a Elliot Roberts, mánager de Neil Young, fallecido el 21 de junio„ resulta de lo más delicioso, de la misma manera que Can't Keep no tiene la fuerza guitarrera de la original. Guaranteed, Unthought Known y Long Nights marcan la parte valle de un recital que, en cualquier caso, se viene arriba de nuevo fácil con It Happened Today de R.E.M. y The End.

Se echan en falta las guitarras eléctricas, pues claro. Claro que sí. Evidentemente son parte de la magia de Pearl Jam y esta noche no están, pero para cuando la parroquia entona Better Man ya sí que todo parece dar bastante igual.

Más que solvente de voz, Eddie Vedder maneja el metrónomo y marca el beat recomendando de cuando latir y cuando respirar. Se deja de acústicas y agarra su propia eléctrica e incluso baja a abrazar a los acérrimos de las primeras filas. Maneja el desaparrame contenido a su gusto.

La faceta más punkarra de Lukin y Porch remata lo que viene siendo la parte principal del recital, que tiene continuidad con la salvajada de Jeremy con el cuarteto de cuerda Red Limo.

Ceremoniosa homilía coreada por todo el pabellón con religiosidad, a la que sigue la muy pertinente Cross River con Vedder al órgano.

Tras Just Breathe hay otro momento de esos que el domingo reaparecen recurrentemente: Black. De nuevo con cuarteto de cuerda y con Glen Hansard como gentil acompañante, la bola de fuego se levanta. Al final, un concierto de rock trata de la capacidad de crear, elevar y lanzar bolas de fuego al público. No ocurre siempre, tampoco todo el rato. Pero todos sabemos que está ocurriendo cuando está ocurriendo porque, sin verla, sentimos su ardor ululando por ahí. Y entonces instintivamente aullamos.

La bola se queda ya hasta el final igual que Glen Hansard para Songs of Good Hope, la valiosa Society y el desparrame de Should I Stay or Should I Go de los Clash y la luminosa Hard Sun „con Javier Bardem por ahí„. Smile es una gran joya oculta de Pearl Jam y por eso tiene su hueco aquí, aunque no en los conciertos de la banda madre.

El final sí es el mismo que con Pearl Jam pues declara Eddie Vedder por infinita vez su amor por Neil Young con Rockin in the Free World, el himno que predijo el grunge justo antes de que explotara. Y el gentío puesto en pie como merece lo goza bramando.

Prácticamente dos horas y media después se acaba el rito. Quien más quien menos tenía sus dudas sobre ver a Eddie Vedder todos sentados y con este punto intimista, pero la propuesta carbura bien. Gracias, evidentemente, al interminable baúl de canciones de Pearl Jam que el público canta aún sin saber la letra.