La música es inmune al coronavirus. Pese a que todos los indicios -el gel hidroalcohólico, las butacas vacías entre espectador y espectador pese al cartel de completo y las mascarillas cubriendo cualquier asomo de sonrisa cómplice- apuntaban a que algo extraño sucede fuera, dentro del Teatro Principal de Santiago, Manuel Gómez Ruiz y el Trío Arbós invitaban ayer con su música y su voz a los asistentes a abandonar esta anómala normalidad durante hora y media para viajar por Europa. El plan: un catálogo de canciones y de emociones que el joven tenor canario supo dosificar y con el que quiso demostrar que amar o sentir alegría o tristeza trasciende fronteras.

En complicidad con el galardonado Trío Arbós -Premio Nacional de la Música en 2013-, el cantante formado en Alemania asumió el reto de inaugurar en Santiago en tiempos extraños el Ciclo de Lied que llega a su XXI edición con la mirada puesta en La belleza de la melancolía y un particular empeño en rescatar de la niebla extendida por la pandemia el talento de Beethoven y su vocación europeísta en su 250 aniversario. Las canciones no son las piezas más interpretadas del genio de Bonn, pese a que, cuenta Gómez Ruiz, fue él quien "revolucionó" las formas al hacer el primer ciclo.

Para el tenor, esta alianza de poesía con música sustenta un formato que le permite experimentar y transmitir una historia a su manera, y así lo demostró ayer, tras introducir al público en el paisaje sonoro y emocional de lo que vendría después con el considerado primer ciclo de lied, Auf die ferne Geliebte, en el que estuvo acompañado por el pianista Juan Carlos Garvayo. Fue como un preludio del viaje posterior, donde contó con el refuerzo de Cecilia Bercovich y José Miguel Gómez.

Con los minutos, el tenor puso en su rostro las sonrisas que ocultaban las mascarillas y dejó al público un regalo de despedida que se permitió presentar con una pequeña broma, al indicar que la pieza era de Beethoven, "para variar". Con Como la mariposa soy concluyó un repertorio en el que el intérprete se desplazó desde las obras en alemán -un idioma en el que se siente cómodo, dada su formación en el país germano- hasta el inglés, pasando por varias lenguas con la que demostró que Babel no impide aprehender los sentimientos: trascienden las fronteras. En español ofreció otras dos piezas: Yo no quiero embarcarme y La tirana se embarca.

Gómez Ruiz está convencido de que el lied llega directo al corazón y se entiende por qué le es preciado: le permite expresar diferentes sentimientos e historias y, en apenas unos minutos, pasar del amor a la tristeza o la fiesta para demostrar que si quince años no son nada, 200 tampoco en lo que a música se refiere. Solo sé que yo vivo cuando me miras, cantó al final del extenso repertorio -treinta canciones-, en respuesta a los aplausos del público. A la música le ocurre igual cada vez que se escucha, que vive. Como la entendía Beethoven, como una revelación más alta que la filosofía, puede trascender cualquier obstáculo, incluso una mascarilla.