El director del drama carcelario Celda 211, del thriller de acción El niño y de la comedia musical Yucatán sigue explorando diferentes géneros y ahora adapta la novela de Javier Cercas Las leyes de la frontera. Con ella hace una revisión contemporánea de aquellas historias que plasmaron en tiempo real la cara b de la Transición y recupera el género quinqui desde una perspectiva contemporánea, pero sin perder su esencia fundamental, la de la juventud que se enfrenta contra el sistema.

De alguna forma, las fronteras han estado presentes a lo largo de toda su filmografía.

Tiene razón, incluso desde El corazón del guerrero, en ese caso entre la realidad y la ficción. Creo que tengo querencia por los personajes que están al margen de la ley, me siento muy cerca de ellos porque se atreven a hacer cosas más allá de las convenciones.

¿Qué es lo que más le atrajo de la novela de Javier Cercas?

Cuando la leí sentí una conexión emocional casi autobiográfica. Yo tenía 10 años en 1978 y vivía, como el protagonista de la película, en una casa al final de la ciudad. Desde mi ventana veía los descampados, donde estaban los quinquis y me los cruzaba constantemente. Eran figuras que me producían temor, pero también fascinación. En el fondo pensaba: me gustaría ser un malote y vivir con la libertad que ellos tienen. Como director, me atrajo recrear la España de esa época, también revisar el género quinqui, pero desde una perspectiva diferente, la de alguien ajeno que se introduce en ese mundo, que es, al fin y al cabo, lo que siempre hago en mis películas, como en Celda 211, que te metías en la cárcel con una mirada limpia, la del propio espectador. Tenía clara una cosa, que nunca juzgaría a mis personajes.

El título de la película tiene aroma del cine del oeste.

Al fin y al cabo, estamos describiendo una sociedad con sus propias leyes. Creo que la historia tiene ciertas conexiones con El hombre que mató a Liberty Balance, que empezaba con un prólogo y un epílogo que daba las claves de la historia, como ocurre en este caso, y te hacía ver cuánto había de verdad y de mentira en los personajes. Además, en el cine del oeste, había una cierta mitificación del delincuente, como en las películas de gánsteres, como en Bonnie & Clyde, que aportaba un acercamiento muy cool. La figura del outsider estaba muy romantizada, incluso en nuestros Perros callejeros.

Sin embargo, encontramos un paralelismo claro entre esa España y la actual.

De aquellos barros, vienen estos lodos y hablar de aquella España del 78 y contar cómo era aquello te enfrenta al espejo de la realidad. Las fronteras están más presentes que nunca, y sobre todo en lo que se refiere a las clases sociales, que establecen unos límites muy definidos. El personaje de El Zarco, tiene una conciencia muy clara de su destino trágico y es consciente de su lugar en el mundo, sabe que no puede cambiarlo.

¿Cómo ha cambiado España?

Pues creo que por el camino hemos perdido parte de nuestra autenticidad. Ahora nuestras ciudades se parecen a cualquier otra de Europa. Nada tiene alma, es una España maquillada, la han pintado, ahora todo es orgánico y cuqui.

¿Cómo fue la adaptación?

Había muchas formas de adaptar la novela de Cercas. Jorge Guerricaechevarría y yo nos hemos centrado en la juventud, en las peripecias, para añadir un aparte con unos personajes adultos que reviven esos momentos que les cambiaron para siempre. Por un momento, se me pasó por la cabeza hacer una especie de Érase una vez América, de Sergio Leone, dividida en dos partes, la adolescencia y la madurez, con imbricaciones entre ambos tiempos. Pero esta misma idea hemos intentado introducirla en la película, con esas dosis de reflexión finales.

¿Cómo ha intentado actualizar el género quinqui?

Los quinquis son nuestros bandoleros de leyenda. Pero esas películas se rodaron al mismo tiempo que se reflejaba ese presente, eran un retazo de la realidad, eran casi documentos con espíritu neorrealista. Ahora eso es imposible, así que me planteé, ¿cómo lo hago? Podría haber hecho una película de quinquis manierista, con rayas y grano, a lo Grindhouse de Tarantino, pero no tenía sentido. Así que opté por una romantización, una recreación estilizada, nostálgica, que es algo que lleva implícito el protagonista, que recuerda esa época como la más intensa de su vida.

Para usted, ¿qué simbolizaron los quinquis?

Fueron la cara b de esa época, toda esa gente que se amontonaba en los arrabales de las grandes ciudades buscando un trabajo que jamás iba a conseguir. Se estaba celebrando la fiesta de la democracia y no habían sido invitados, así que se tomaron la justicia por su mano, iniciaron una rebelión y vivieron deprisa, deprisa: si no nos queréis, nosotros a vosotros, tampoco. Fueron los únicos que plantaron cara a la policía y a las instituciones que todavía mantenían la herencia del franquismo.

¿Cómo fue reconstruir toda esa época y plasmarla?

Tuve la suerte de contar con Carles Gusi como dirección de fotografía, que trabajó en Perras callejeras y Yo, el Vaquilla, así que conocía a la perfección el aroma del cine quinqui. Y quisimos dar a todo eso un carácter monumental, a través de la imagen, del tratamiento del sonido, de la música. Como un homenaje a lo grande.

En ese sentido, la banda sonora resulta fundamental.

Hay una combinación de temas del momento, como El jardín prohibido, de Sandro Giacobbe, Te estoy amando locamente, de Las Grecas, La Grifa, de El Pelos o Alameda’s Blues, de Smash. Pero al mismo tiempo yo quería que la película tuviera su propia rumba romántica para que intensificara el sentimiento trágico del personaje. La banda Derby Motoreta’s Burrito Kachimba ha sido fundamental para el look sonoro, a caballo entre el pasado y el presente.

También aporta una visión de la mujer diferente a la que se ofrecía dentro del género.

A excepción de Deprisa, deprisa, el retrato que se hacía de la mujer era muy subsidiario, pero aquí el motor de la historia es Tere. Es una tía muy poderosa, con mucha fuerza, muy magnética y no tiene miedo a estar en un mundo de hombres, porque los trata de igual a igual. Es una superviviente.

¿Cómo encontró a los jóvenes de la película?

Ya no podíamos contar con quinquis reales. De aquella época solo hablamos con El Pera, que nos contó muchas cosas, de cómo la policía sacaba la metralleta a la primera de cambio. Por lo menos intentamos que fueran rostros frescos y para configurar la banda buscamos directamente en las calles y en las ciudades dormitorio, chavales sin experiencia que daban a cámara mucha verdad, mucho espíritu canalla.

En la película aparecen todos los estilemas del género.

El tirón de bolso, las discotecas, los prostíbulos, las persecuciones de coches, los recreativos... Es toda una mitología, tenía que ser fiel, pero al mismo tiempo he intentado hacer una reflexión en torno al género 40 años después. Ahora lo veo todo de una manera más emocional.