La mezzosoprano Teresa Berganza, miembro destacado de la gran hornada de cantantes líricos españoles que conquistaron la escena mundial en la segunda mitad del siglo pasado, falleció ayer a los 89 años. Nacida en Madrid en 1933, paseó por los principales escenarios del mundo, desde la Scala de Milán, a la Ópera de Viena, al Convent Garden de Londres o el Metropolitan de Nueva York.

Genio y figura, a los 80 años presumía de ser tan apasionada como de joven, y de llamar a las cosas por su nombre, “al pan, pan y al vino, vino”. “Soy —sentenciaba— la mala, la oveja negra de la lírica”, por “decir lo que siento”, espetaba. Y eso que había temas de los que nunca quiso opinar, como las acusaciones por acoso sexual a Plácido Domingo. “Me da mucha pena porque lo quiero y es mi amigo”, afirmaba.

En 1991 fue reconocida con el premio Príncipe de Asturias de las Artes, un galardón que compartió con otros seis intérpretes de su gloriosa generación: Victoria de los Ángeles, Montserrat Caballé, Pilar Lorengar, Plácido Domingo, José Carreras y Alfredo Kraus. El jurado señaló que los siete intérpretes “personifican con su inmenso talento musical un momento de excepcional brillantez de nuestra lírica, proyectando universalmente el nombre de España y propiciando un creciente amor por la música en el conjunto de la sociedad”.

La mezzosoprano llevó por los escenarios de todo el mundo una extraordinaria técnica que la elevó al podio de los mejores cantantes operísticos del siglo XX, un virtuosismo que ella achacaba no solo a un don innato sino al estudio tenaz y la disciplina, que defendió con ahínco: “Yo soy música antes que nada”, proclamaba. Dedicada a la docencia musical, sobre todo desde finales de los 90, su consejo siempre era el mismo: “Hay una palabra que se llama trabajo y no hay más que trabajar, trabajar y trabajar”. Se retiró de las tablas tras 58 años en 2008 al quedarse sin voz en un espectáculo en Santander por la preocupación por la operación de una de sus nietas.

En su voz brillaron los papeles de Cherubino en Las bodas de Fígaro, Rosina en El barbero de Sevilla, Angelina en La Cenerentola (el Teatro Real le dedicó las representaciones de esta ópera en 2021) o el de la mejor Carmen de Bizet. Solo se quedó “con las ganas” de cantar Tosca, de Puccini, y La traviata, de Verdi.