Hay uno y muchos Mike Tysons, pero quizá el más recordado es el Tyson que en 1997 mordió y arrancó un trozo de oreja a Evander Holyfield en pleno combate por el título pesado. Con ese incidente arranca la miniserie Mike (estreno importante del Disney+ Day), para desesperación de un Tyson de ficción que, a lo largo de ocho rapidísimos episodios, se quiere postular como dueño de su relato y el orden cronológico del mismo. “Ni de puta coña empezamos por ahí”, se queja al respecto. Rebobine, sin por favor.

Fotograma de la serie.

Ya sea hablándonos desde el one-man show que sirve como marco narrativo (en 2013, giró por todo Estados Unidos con un espectáculo similar) o rompiendo la cuarta pared durante las escenas de flashback, Tyson comenta/corrige en todo momento lo que estamos viendo en la pantalla, su ascenso meteórico en el boxeo y, sobre todo, su caída en desgracia. La ironía: lo que se supone es un ajuste de cuentas personal no tiene el beneplácito de Tyson, quien este verano asaltó Instagram para acusar a Hulu de “robar la historia de mi vida y no pagarme”.

Trevante Rhodes, grandioso actor revelado como (tercer) protagonista de Moonlight, cruza los dedos para que Tyson vea Mike algún día. “Sé que lo hará”, nos cuenta en conversación telefónica. Aunque físicamente no se parezca en exceso, Rhodes sabe capturar con precisión su sigmatismo, sus tics físicos, o, lo que es más importante, su esencia contradictoria. “Durante mi preparación y el rodaje pude llegar a comprender a Tyson —explica el actor—. Aunque no lo parezca en absoluto, sigue conectado con el niño pequeño que fue un día. Puedo identificarme con eso”, mantiene.

El director Craig Gillespie y el guionista Steve Rogers trabajaron antes juntos en Yo, Tonya, otra mirada irreverente a una figura deportiva controvertida. Tan dinámico como de costumbre, con una cámara en constante movimiento, Gillespie se basta de media hora para cubrir densos periodos temporales. En el primero es la infancia de Tyson: su vida como “un gordinflón al que todos vacilaban” en el barrio neoyorquino de Brownsville, conocido en 1971 como capital estadounidense del crimen. Recibe golpes tanto en la calle como en casa. Y al final los acaba devolviendo.

Por su carácter problemático acabó en una prisión de menores, la tristemente famosa Tryon, donde descubrió ser “bueno en algo que no era ilegal”: el boxeo. Más pronto que tarde, se había convertido en protegido de Cus D’Amato (el gran Harvey Keitel), quien llegó a adoptarle tras morir la madre de Tyson. D’Amato murió sin ver a Tyson convertirse en el campeón mundial del pesado más joven de la historia. Por suerte, también sin verlo acusado de malos tratos o condenado a prisión por violación. Tyson encontró consuelo en los brazos de la actriz Robin Givens, su primera esposa por poco tiempo: a los ocho meses, ella pidió el divorcio alegando abuso conyugal. Según Tyson, aquí la única villana era Givens, o ella y su madre, quienes habrían supuestamente urdido todo un plan (falsos embarazos y aborto incluidos) para quedarse con su dinero. Los medios se quedaron con esta última versión. “Cuando se casaron yo ni siquiera había nacido”, dice la actriz Laura Harrier (Camille de Hollywood), Robin en la serie. “No viví aquello y no tenía ninguna opinión formada. Traté de acercarme al personaje con neutralidad. O, bueno, tratando de ser empática con una persona que probablemente fue maltratada en la prensa. Todos tenemos partes buenas y malas y toda clase de intenciones”.

Corresponde a Russell Hornsby el desafío de dar calidad humana a Don King, el estrafalario promotor de boxeo que estafó a Tyson durante su comeback de mediados de los noventa. “Para dar forma a mi personaje leí el libro Only In America de Jack Newfield, una biografía no autorizada —nos explica Hornsby—. También vi muchos vídeos en YouTube, no lo voy a negar. Como actor, lo que haces después es extrapolar todo eso a la interpretación y crear un personaje. No quería imitarle, sino encontrar y ofrecer su complicada esencia».