Ana Obregón, de las lágrimas púrpura a las rosa

Su libro, ‘El chico de las musarañas’, va de los momentos más duros de la enfermedad y muerte de Aless a la alegría de Ana Sandra

Ana Obregón, durante la presentación de la Fundación Aless Lequio, el pasado mes de febrero.  | // EUROPA PRESS

Ana Obregón, durante la presentación de la Fundación Aless Lequio, el pasado mes de febrero. | // EUROPA PRESS / Inés álvarez

Inés álvarez

Dicen que todo hombre (dejémoslo en persona) se ha realizado como tal si ha tenido un hijo, plantado un árbol y escrito un libro antes de morir. Pero Ana Obregón ha invertido el orden y ha hecho que su hijo Aless Lequio lo haya logrado una vez muerto. Era, asegura, la misión que tenía: que naciera una hija suya, Ana Sandra, mediante gestación subrogada, que es ilegal en España; que plantara una fundación, la Fundación Aless Lequio para investigar contra el cáncer, la enfermedad que se lo llevó con solo 30 años. Y que publicara un libro, que salió ayer a la venta: El chico de las musarañas (Harper Collins) y que la propia interesada promocionaba con un vídeo desde Miami diciendo que escribiéndolo había llorado “lágrimas púrpura”. Los beneficios de las ventas del libro irán para la fundación.

Son 313 páginas, de las que 72 las escribió Aless. Empezó a hacerlo tras enfermar, quizá para distraerse o con el funesto presagio de dejar un legado. Y en la obra aparecen perfectamente separadas, como si fuera otro libro. En el primer capítulo, Valientes cabrones, presenta, con humor socarrón, las musarañas que le dan título, con las que irá conversando. “La tarde del viernes ya no iba de cervezas calientes y tapería incipiente, ahora tocaba afrontar asuntos de una naturaleza diferente, Vías de escape y Biomasas malolientes, en los mejores cines: el plan perfecto para un 23 de marzo”. El “puto 23 de marzo” en que empezó todo.

El Nalgas y más nalgas, el segundo, ironiza sobre sus padres: “Mi padre, don Ernesto, está dotado de un carisma y de un sentido del humor (...) Mantuvo una relación breve, pero llena de acontecimientos, con doña Aitana, poniendo fin a la misma tras conocer a otra mujer menos agraciada transcurridos los 12 meses de comenzar la vida en pareja”. Y prosigue: “Desde entonces, don Ernesto y doña Aitana, galán italiano y musa española, son mejores amigos y forman un tándem perfecto para lidiar con los asuntos referentes a mi persona”. Aunque no evita posicionarse: “Claro está, todo ello gracias a la constante bondad de doña Aitana, quien perdona más que una máquina de hacer cucuruchos”. En “El bache” confiesa que “tengo cáncer, pero, lo peor de todo, tengo miedo”.

El resto es un relato en primera persona de Ana Obregón, que comienza recordando lo feliz que fue aquel junio de 1992 en el que se convirtió en madre de Aless. Pero narra aquel día que Aless pidió ir a urgencias, “porque no soportaba los intensos dolores”. Después llegaría el dolor seco y profundo que ella sintió cuando le dijeron que se trataba de un cáncer raro y de mal pronóstico.

Al final está el epílogo tan bien conocido y que generó un debate que ha llegado hasta la política: ese bebé que la ha hecho madre y abuela feliz en su burbuja rosa de Miami. Una criatura de la que ayer, preguntado si esperaba verla pronto, un casi convidado de piedra en el plató de Telecinco Alessandro Lequio, decía: “A ver si lo entendemos. Es que a mí me gustan mis hijos y yo tengo otra familia desde hace 25 años”.