José Sacristán, madrileño, 74 años, posee una de las carreras más sólidas y extensas del cine español, que ha compaginado, a lo largo de cinco décadas, con el teatro y la televisión. En su última película, 'Madrid, 1987', a las ójavascript:cargarFckEditor('pTexto');rdenes de David Trueba, encarna a un columnista un tanto envanecido.

¿Qué hacía usted en la época del filme?

Acababa de volver de Argentina, de presentar en el teatro, con mi amiga Charo López, Una jornada particular; preparaba la serie Gatos en el tejado, iniciaba una relación sentimental que duró unos ocho años y me trasladé a un chalecito al lado de El Escorial. Estuve muy ocupado, la verdad.

¿Huyó de ese Madrid que tanto le gusta?

Me encanta Madrid, sobre todo la parte de los Austrias. Pero no soy amigo de las multitudes, y no me gusta la gran ciudad para vivir.

¿Dónde encuentra sosiego?

En Peralejo (Madrid), donde vivo. Ahora están floreciendo los lilos, aunque este invierno ha llovido poco y no está el campo como otros años.

Y en tan bucólico entorno, ¿cómo se entretiene?

Paseando, leyendo, recibiendo amigos, escuchando música.

¿De qué tipo?

Yo he sido tonadillera de toda la vida, pero disfruto lo mismo de una sinfonía de Beethoven que de una copla de Quintero, León y Quiroga.

¿Ve muchas películas?

Muchísimas. Me he instalado un cine en casa y me paso las noches. Para hoy he seleccionado varias de terror de los años dorados de la Universal. Pero no descarto volver a revisar La ruta del tabaco de Ford o Los cuatrocientos golpes de Truffaut. Me darán las 4 o 5 de la madrugada.

Es ave nocturna entonces.

Pero casera. Me lo permito porque hace un tiempo ya vivo el privilegio de no madrugar. Aunque una de las cosas que más me gustan es dormir. Puedo hacerlo diez horas seguidas.

¿Tiene escritores de cabecera?

Machado, por supuesto. Sobre él acabo de realizar un espectáculo en Argentina. Y Mendoza y Gonzalo Suárez, que escribe como los ángeles y me encanta lo que dice. Y el propio David Trueba.

¿Y columnistas de cabecera, que le hayan inspirado para su último personaje?

Muchos, pero prefiero no dar nombres. Suelo leer a Millás, a Almudena Grandes o a Raúl del Pozo, pero la aparición del tertuliano televisivo, presente en tantos canales, muchos sesgados ideológicamente, ha desdibujado su labor.

En la película enfrenta su veteranía con el empuje de una aspirante. ¿Apuesta por el valor de la experiencia o por las ideas renovadoras?

Por las dos cosas. No se puede obviar el valor de la experiencia, pero creo que serán los adolescentes de hoy quienes pondrán orden en este desastre que vivimos. Y reformularán el progresismo desde un punto de vista inédito. Hace falta.

¿Qué le enfada?

Que no nos hemos enterado, pero vivimos una tercera guerra mundial en la que las bombas no matan muertos de verdad, como decía Gila, pero dejan el camino sembrado de muertos culturales, laborales y sociales. Un país que descuida su educación está condenado al fracaso.

Un recuerdo feliz.

El teatro de Chinchón, donde nací. Y mi recuerdo de niño gordito, porque me criaron con harina de almorta cuando nadie contaba las calorías.

Aquella es una zona de excelentes restaurantes.

Sin duda, aunque tengo paladar de pobre y lo que me gusta son los guisos tradicionales. El cocido de mi madre o mi abuela. Me pasa igual con los vinos. Mi mujer guarda los mejores para las visitas porque dice que no los sé apreciar.