En la salud mental, psiquiatras, psicólogos y psicoterapeutas, ofrecemos asistencia a las diferentes patologías existentes en la sociedad actual. Algunas patologías mentales son conocidas por la población en general: depresión, ansiedad, adicciones, esquizofrenia, etc. Dichas patologías presentan tratamientos con resultados exitosos y gozan de una larga trayectoria en la investigación científica. Sin embargo, existen otros problemas de salud mental menos conocidos por la población y no por ello con menor número de afectados. El desconocimiento de algunas patologías da lugar en ocasiones a la incomprensión, suponiendo para las personas afectadas y sus familiares sentimientos de frustración, rabia, desesperanza, impotencia y culpa.

En el momento actual, entre los incomprendidos de la salud mental se encuentran los trastornos de personalidad. La realidad es que el número de afectados por este problema es cada vez es mayor. Las últimas investigaciones hablan entre un 2-3% de trastornos de personalidad en la población general. Pero cuando hablamos de pacientes en tratamiento ambulatorio y hospitalario la cifra aumenta. Con lo cual, estamos ante una patología con un volumen elevado de afectados que requiere de una mayor comprensión y atención.

La personalidad es el modo de ser propio y particular de una persona que lo identifica como tal, a través del tiempo y de las diferentes situaciones y roles que desempeña. Es en sí mismo más que la suma de las partes; una entidad compleja que se halla en cambio y crecimiento continuo. Ahora bien, un trastorno de personalidad sería la perturbación de la persona en ese modo de ser propio y particular, en su forma de "estar en el mundo" (dramática en muchas ocasiones). Al estar dañado ese modo de estar en el mundo, las repercusiones no son sólo para el paciente, también para su entorno más cercano: familia, amigos, así como a su entorno social en general.

Los trastornos de personalidad se caracterizan por su aparición temprana, su resistencia al cambio o rigidez y su cronicidad. En cuanto a su rigidez, la personalidad sana es más o menos estable o similar en diferentes situaciones y momentos vitales; en ese más o menos radica la normalidad. Podemos ser muy tozudos, pero a la vez saber escuchar a los demás, o preocuparnos por la opinión de los demás o ser pacientes. Todas esas características hacen que nuestra tozudez se flexibilice y se exprese de forma atenuada en circunstancias e incluso que llegue a desaparecer o a permanecer en un segundo plano en ocasiones. Somos tozudos pero no siempre con la misma intensidad, ni ante todos los problemas, situaciones o experiencias, ni con todas las personas.

En los trastornos de personalidad , por el contrario, sucede que la persona tiene un rasgo de manera extrema, de tal forma que siempre o en la mayoría de ocasiones su comportamiento, su modo de expresar las emociones, su forma de relacionarse con los demás, etc, es la misma, independientemente de lo que requiera la situación o momento concreto. Por tanto, sus recursos son limitados, repetitivos e inflexibles. Su capacidad de aprender nuevas maneras de comportarse se halla gravemente limitado. Además, los trastornos de personalidad son inestables, en el sentido de que su modo de ser es impredecible, incluso para la misma persona que lo padece, no pudiendo desarrollar formas consistentes de abordar los problemas, de expresarse, de prever o imaginar soluciones a posibles dilemas, o bien, de saber algo tan importante como qué es lo que desea o que podría ser bueno para su felicidad.

En resumen, la extrema estabilidad (rigidez), como la inestabilidad máxima (no se puede predecir), son elementos nucleares de los trastornos de personalidad, provocando que este tipo de personalidad patológica no le sea útil a la persona, en el sentido evolutivo o adaptativo, siendo dañina para ella y para su entorno, de ahí los niveles tan altos de angustia y sufrimiento que llegan a padecer.

En los trastornos de personalidad no hay un sistema más afectado que otro, es una afectación total del individuo. Se ve afectado su modo de ser, por tanto, la diferencia con otros trastornos y de ahí su complejidad. Las perturbaciones aparecen en un amplio rango de comportamientos, sentimientos, experiencias internas y circunstancias diversas.

Teniendo en cuenta la complejidad de la patología, la mejor forma de aproximarnos a su comprensión y tratamiento, es abordarlo desde lo más sencillo o más evidente, con la esperanza que un pequeño cambio provoque un cambio más profundo. Hoy en día se sabe que ocurren cambios, en intervalos prolongados de tiempo, el desafío del tratamiento frente a estos trastornos tan rígidos es aprovechar esa reducida, pero significativa disponibilidad al cambio, para obtener modificaciones que permitan mejorar la calidad de vida de estos pacientes.