Hace casi DOS años y parece que fue ayer. En diciembre de 2016 cambió mi vida (para bien). Me convertí entonces en lo que ya seré siempre desde entonces: un exfumador. Lo hice así casi sin pensarlo. Es cierto que llevaba tiempo dándole vueltas a la cabeza. Llevaba casi 15 años con el vicio y sabía que antes o después eso se tenía que acabar. Había buscado en internet consejos, planes, calendarios que podría adaptar a mi situación personal€ Pero nada me sirvió tanto como la realidad. Mi pareja, médico de profesión, me empezó a hablar de los cánceres que había visto en los últimos días. No tenían relación alguna con el tabaco pero poco a poco me fue calando en la cabeza la idea de que si compras muchos boletos te acaba tocando algo en la ruleta. Y la idea de dejarlo fue tomando forma en mi cabeza.

Intenté primero reducir el consumo. Pasé de una cajetilla diaria a cuatro cigarrillos al día. Pero enseguida me di cuenta de que eso era engañarme a mí mismo. Así no lo iba a conseguir. Al final siempre fumaba más. Ponía excusas de lo más variado: es que hoy estoy fuera de fiesta, es que hoy estoy trabajando y me lo merezco, es que he tenido un día muy duro, es que ha sido un día muy bueno y hay que celebrar ... Al final esa estrategia estaba condenada al fracaso. Hasta que me armé de valor y decidí, fumando un cigarro, que ese iba a ser el último. Al principio hasta me bajé una aplicación que me decía lo que había ahorrado en cigarrillos y dinero. Hoy todavía la tengo en el móvil. El teléfono es tan inteligente que ya me dice que hace casi un año que no la abro. Todo pasa.

Estaba cenando con varios compañeros de trabajo en casa de un amigo. Sólo había dos fumadores en un grupo de siete pero abultábamos como si fuéramos cinco. El olor, el sentimiento de dependencia que me impedía ser feliz o estar tranquilo sin tener aquel producto en el bolso ... Cuanto más lo pensaba más me convencía de que tenía que dejarlo. Y cuando salí de casa de mi amigo me dije: "Este ha sido mi último cigarro". Y de momento (casi) lo he conseguido del todo. Me explico.

Yo siempre había tenido mucho miedo de dejarlo. "Se pasa muy mal", me habían dicho. No quería pasarlo mal por la ansiedad ni engordar. Digamos que lo primero lo logré antes que lo segundo. Pero me sorprendió dejarlo. No es tan difícil como yo creía. Ni mucho menos. Lo pasé mal, sí. Pero fueron tres días contados con los dedos. ¿Los peores momentos? Cuando salía del trabajo y volvía a casa. Fue entonces cuando descubrí que pasados esos tres días de dependencia física queda otra aún peor: la dependencia psicológica. Eso lo aprendí hablando con un experto. Hasta entonces ni me lo había planteado. Mi cuerpo ya no me pedía nicotina pero me pedía que respetara la tradición que había mantenido durante los últimos 15 años y que me obligaba a encenderme un cigarrillo en el camino del trabajo a casa.

No apunté en un papel una lista de deseos, no me di "caprichos" por haber dejado de fumar. Ni tan siquiera comuniqué la decisión a mi entorno. Había dejado de fumar porque yo quería, era mi decisión pero no estaba seguro de que pudiera conseguirlo. Por eso pensé que sería mejor no "levantar la liebre". Me callé hasta que un día un compañero notó que no bajaba ya a fumar. "Lo he dejado hace una semana", confesé. Fue entonces cuando la dependencia psicológica empezó a olvidarse (iba a trabajar en bici para, por ejemplo, no afrontar el camino de vuelta caminando). Pero la gran pregunta es: ¿no volví a fumar? Claro que lo hice.

Fue en una boda. La situación suena a tópico pero si me he propuesto decir la verdad la digo. Me encendí un cigarro con el apoyo de esos cabrones amigos de la universidad por culpa de los que había empezado en su día a fumar. Pensé que no pasaba nada y, en efecto, tuve la suerte de que no pasara: me atraganté y lo pasé fatal. Había pasado un año y se me había olvidado hasta cómo se traga el humo.

Días después aprendí que eso que me había sucedió a mi se llamaba "falsa seguridad". Es una sensación que por lo visto embarga al fumador cuando lleva tiempo sin probar el tabaco. Y es muy peligrosa. Es cuando piensas que lo has superado pero no es verdad.Un doble ahorro

Dejar de fumar ha supuesto un gran ahorro económico y de salud: ya no me ahogo al subir escaleras, puedo hacer deporte cuando quiera y un domingo tirado el sofá se convierte en un día genial en el que no tengo que salir de casa para cumplir con el vicio. Además, y gracias a la legislación vigente, cada día me siento más integrado: fumar ya no está de moda. Y eso, quieras que no, se agradece.

Cada uno tiene sus razones para dejarlo. Esas fueron las mías. Las tuyas serán otras pero seguro que al menos he conseguido que te lo plantees. Sólo por eso ya habrá merecido la pena.