Reflexiona el Sr. Henri, ese personaje tan singular inventado por el escritor Gonçalo Tavares, "si una piedra me golpeara la cabeza, sería por azar. La suerte sería que en ese momento yo agachara la cabeza. Las personas con azar no dejan de tener suerte, pero ocurre en momentos errados". Esa paradoja creo que se cumple con más claridad en el deseo y el querer. Uno puede desear algo y querer lo opuesto, si llamamos deseo a lo que surge del fondo de nosotros mismos y querer a lo que nace de la razón.

Reconozco que es difícil ponerse de acuerdo en qué es el deseo. Para los estudiosos del comportamiento, el deseo se expresa en la urgencia con que el animal intenta satisfacerlo: la velocidad con que la rata recorre el pasillo para accionar la palanca que le proporcionara comida, o placer. De manera que el deseo es el objeto a alcanzar, justificado por la recompensa. A mí me gusta pensar en el deseo como algo que está enraizado en la profundidad de nuestro cerebro, ese que rige o se relaciona con el sistema endocrino. Visto así, el deseo es una alteración del medio interno que percibe el cerebro reptil y como cualquier desviación del equilibrio, produce un estado de necesidad. Si la sangre se acidifica, porque al hacer un ejercicio se produjo ácido láctico, el organismo lo percibe y se apresura a corregirlo.

Entre otras cosas, acelera la respiración para expulsar CO2. Nos damos cuenta de la respuesta, que ejecutó el cerebro, pero no fue un acto de voluntad ni sabemos por qué lo hizo, ni siquiera qué está haciendo. La reacción ante un descenso de la glucosa en sangre es en esencia idéntica, aunque implica más estructuras orgánicas.

El cerebro lo percibe, pero ahora somos conscientes de la situación, nos decimos: tengo hambre. Desde luego, no decimos: tengo la glucosa baja. Estamos motivados para buscar comida, aunque no sabemos que lo hacemos para reequilibrar nuestro medio interno. Hay otras formas de desencadenar el reflejo del hambre. Dije reflejo, pero podemos llamarlo instinto y, por qué no, deseo. La vista, o el olor, de la hembra en celo desencadena el deseo de aparearse. Y al igual que con el hambre, hay muchos otros estímulos que producen un desequilibrio neuroendocrino que sólo se satisface con el apareamiento. Los escarabajos, si no hay hembras disponibles, se aparean incesantemente con otros machos, y qué decir de las infinitas formas que tiene el ser humano de excitarse sexualmente. Deseo y necesidad se solapan como hemos visto o el deseo surge de una necesidad y se manifiesta en una acción.

Por eso los psicólogos estudian el deseo a través del comportamiento. Pero en el ser humano esa tendencia no siempre se traduce en acción. Ni siquiera cuando el deseo motiva cosas