Decir Luis Manuel Ferri no le suena a nadie. Recordar su nombre artístico, Nino Bravo, es un pellizco de nostalgia para los boomers. Volverle a escuchar, cantando cualquiera de sus melodías más célebres - Libre, por poner un ejemplo- es una descarga de emoción que lleva viva generaciones.

Nino era, sí, el de Libre, el tema que le ha hecho eterno y universal, pero también el de Noelia. el de Te quiero, himnos de apenas una sola palabra. El de Un beso y una flor, otro de esos éxitos - hits, se decía por entonces- que han surcado el frío de las redes sociales y el calor etílico de los karaokes para llegar vigentes hasta hoy mismo. Cincuenta años justos de que su carrera se estrellara en una carretera secundaria de Cuenca.

            

Tenía 29 años. Apenas cuatro de ellos en la cima. Eso sí, redondos, caudalosos, como su voz. Ese potente registro de tenor, sin empalago. "¡Qué voz!", que decían las madres de los 70 al verla brillar tanto con tan aparente poco esfuerzo. A Nino, que creció en España y América al calor de los grandes festivales, se le resistió -paradojas de la vida- el más icónico: Eurovisión. Y por dos veces, las de Karina y Julio Iglesias.

La historia ha saldado aquella deuda. Medio siglo después, pervive entre los grandes.