Donald Trump se ha pasado cuatro años pegando martillazos a una estatua con un bate de béisbol y ahora, la estatua, finalmente se ha roto. El país se sintió el miércoles políticamente vulnerable como nunca en la historia reciente con el asalto al Capitolio -instigado por el propio presidente- de cientos de sus seguidores, que camparon por el coliseo de su democracia como debieron campar los bárbaros por las aldeas medievales tras superar las defensas locales. Desde entonces los acontecimientos se precipitan.