Es el pulso de las calles de Wuhan hoy mismo. Un año después de su confinamiento que lo cambiaría todo, la ciudad china continúa más cerca de la normalidad que ninguna otra. Sin casos desde hace meses, las mascarillas parecen el último vestigio de la enfermedad en una población que recibía sin límite de aforo, ni medidas de distancia, el 2021. "Aún estamos en guardia", dice un residente jubilado, que se muestra preocupado por el centenar de casos registrados en las últimas horas en el norte del país. Atrás queda ese 23 de enero de 2020 en el que iniciaban un estricto encierro domiciliario de 76 días, incomunicados por tierra y aire, que el régimen chino recuerda ahora, entre la emoción y la exaltación oficial, con una exposición. Con los uniformes de sus héroes sanitarios ante una enfermedad cuyo brote inicial se asociaba a un mercado de mariscos en la ciudad. El primero en identificar el virus, casi un mes antes, fue Li Wenliang, un oftalmólogo que causaba la ira de Pekín, entre acusaciones de alarmismo, y que acabaría muriendo infectado. En cuestión de días se silenciaba una urbe de 11 millones de personas. Los contagiados comunicados oficialmente, unos 50.000, y los fallecidos, menos de 4.000 aún hoy, no parecían corresponderse con la vigilancia extrema y el despliegue para levantar hasta 14 hospitales provisionales, algunos en tan solo 8 días. El 18 de marzo, una semana después de declararse la pandemia, Wuhan dejaba de tener positivos. El 8 de abril, con el mundo sumido ya en el caos del virus, arrancaba su paulatina vuelta a la normalidad sin más olas de contagio. Con control permanente y cribados masivos ante la menor sospecha, mientras estos días guarda cuarentena un equipo de la OMS que pretende investigar el origen de este coronavirus.