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hockey sobre patines

El trago más dulce

El Liceo vuelve a beber de una nueva copa, su séptima liga, que llega después de veinte años y tras mucho sufrimiento: Josep Lamas marcó el gol del alirón a falta de tres minutos para el final

El trago más dulce

Mereció la pena esperar. Aunque fueran veinte años. El Liceo vuelve a ser campeón de liga. Y el tiempo hace que saboree la copa como si fuera el primer trago en la vida. Lágrimas, abrazos, besos? emoción. Porque sufrió hasta el final por más que fuera el auténtico dominador de la competición, con el Barça echándole el aliento hasta el último segundo. Y porque tenía que hacer justicia. Por fin el hockey sobre patines le da a los verdiblancos lo que se merecen. Ya tienen su ansiado título. El que premia al mejor de todo un año. Más que merecido. Cogieron el liderato en la segunda jornada y no lo abandonaron hasta la última. Solo una pequeña duda final les obligó a sudar hasta la última gota. Eso también lo hace más valorado. Nadie le regaló nada a este equipo. Ni tenía por qué hacerlo. Se lo ganó con su juego, con su entrega, con su derroche físico hasta la extenuación. Los jugadores llegaban muy justos físicamente y tuvieron que sacar fuerzas de donde no las había. Y el Lleida ayer le exigió el máximo. Incluso en momentos se rozó la tragedia, con los sucesivos empates del cuadro catalán. Solo a falta de tres minutos el Liceo pudo distanciarse definitivamente, aunque hasta la bocina el alirón no estaba cantado. Después, la locura.

Porque antes, durante los cincuenta minutos de juego, había sufrido mucho, demasiado. Y eso que los primeros minutos fueron suyos. Que se notara sobre la pista quién era el que se lo jugaba todo. El Lleida le dejó hacer, intentando resistir el chaparrón inicial de los verdiblancos. El juego era fluido, sin que se notase, en principio, la carga que llevaban sobre sus hombros los hombres de Carlos Gil. Buscaron la portería y casi no permitían que los locales sobrepasasen el centro de la cancha. Sin embargo, apenas hacían cosquillas en ataque, salvo algún disparo lejano de Jordi Bargalló. El Lleida era mucho más incisivo con sus golpes. Pero hay portero. Xavi Malián defendió sus dominios sin titubeos. Sacó una manopla ante un misil y se revolvió para hacer dos paradas salvadoras desde el suelo. Toni Pérez era una de las referencias ofensivas. Suya fue la mejor ocasión. Salió al contragolpe tras robar en el centro de la pista. Delante del portero, amagó, lo engañó, pero no contaba con el palo, que evitó el gol. También tuvo una de empujar en el segundo palo, aunque el pase quizás iba con excesiva fuerza. Pasaban los minutos y no aparecía el gol tan deseado. Sí se movía el marcador en la cancha rival. El Igualada se adelantaba, pero el Barça empataba. El Liceo seguía siendo campeón, pero necesitaba marcar para estar más tranquilo. Y apareció Jordi Bargalló. El capitán, recién nombrado MVP de la liga, hizo suyo el nombre de jugador más decisivo para adelantar a los suyos, que casi rozan el alirón antes del descanso si Toni Pérez hubiese acertado con una falta directa.

La oportunidad de sentenciar llegó nada más empezar la segunda parte. Penalti que Lucas Ordóñez, aunque mandó al palo, se encargó de ejecutar en el rechace. Estaba escrito, no obstante, que había que sufrir. En el minuto siguiendo el Liceo cometió la décima falta. Rodero, un gran especialista, batió a Malián con su directa. Era el momento de ser práctico. De no arriesgar lo más mínimo. Y con este juego efectivo, encomendado a no encajar, intentar hacer el tercero para estar más tranquilos. El Barcelona ya ganaba su duelo en Igualada. Pero un gol podía cambiar las tornas completamente. Como pasó con el de Dani López. Un chut imparable que dejaba a los verdiblancos con solo trece minutos por delante para arreglar la situación. O para intentar que no se estropeara más. Malián lo impidió, porque por momentos el Lleida tuvo más cerca el tercero que el Liceo el gol que le daría la liga. Tuvo que tirar de la genialidad. Y de eso va sobrado. Tiene dónde elegir. Y fue Lucas Ordóñez el encargado. Mientras se caía, hizo que su disparo valiera oro. Abonado al sufrimiento, vio como Necchi suspendía el alirón. Solo quedaban cinco largos minutos para obrar el milagro. Y lo tuvo Josep Lamas en su stick. No se sabe ni cómo entró esa bola. Daba igual. Lo importante era lo que eso significaba. Un nuevo título. La séptima liga. Un nuevo paso del Liceo hacia la eternidad.

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