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Hockey sobre patines Campeonato de Europa en A Coruña

Un testigo de otra época

Fernando Galmán es uno de los imprescindibles de la historia del hockey en la ciudad - Mecánico del Liceo durante cuatro décadas, recuerda los Mundiales de 1972 y 1988

Un testigo de otra épocala opinión

Con el Campeonato de Europa que se va a disputar a partir del sábado en el Palacio de los Deportes de Riazor, es inevitable echar la vista atrás hacia los dos Mundiales que tuvieron lugar en A Coruña, el primero en 1972 y el segundo en 1988 y, en general, hacia aquellos años gloriosos de este deporte en la ciudad. Hay muchos testigos de esa época, bien dentro o a pie de pista, bien en la grada. Pero casi ninguno tan de cerca como Fernando Galmán. A los aficionados puede que su nombre no le sea tan conocido como los Martinazzo, Agüero y Alabart de entonces o los Salinas, Bargalló o Lamas de ahora. Pero es sin duda una figura prácticamente imprescindible en la historia del hockey sobre patines coruñés.

¿Y si les digo que Martinazzo no hubiese podido debutar en A Coruña si no llega a ser por él? "El material que traía de Argentina era tan malo que unos días antes del partido se le rompió el patín de una forma que ni yo podía arreglarlo", recuerda. Así que fue de puerta en puerta buscando al que pudiera soldar aquel material de aluminio. Lo encontró en Mera, pagó de su bolsillo el viaje hasta allí de ida y vuelta y lo trajo hasta A Coruña, aunque el arreglo finalmente le salió gratis. Todo para que Daniel lo tuviera listo para calzarse y debutar con la camiseta verdiblanca. Así era Fernando Galmán, el señor Galmán como le conocía (y le conoce) todo el que tuvo el placer de cruzarse en su camino. Mucho más que el mecánico del Liceo durante cuarenta años.

Era el hombre que hacía posible lo imposible, el que siempre buscaba mejorar, un pionero en un tiempo en la que la tecnología aplicada al deporte no estaba ni en ciernes. No se trataba solo de apretar tuercas. Aunque también en eso era el mejor. Inventó sistemas que hoy las marcas comerciales hacen en serie. Por ejemplo, fue el primero que se le ocurrió hacer un agujero en la suela de las botas de los patines para ayudar a la transpiración del pie. Y con Eduardo Blanco, preparador físico del Liceo en aquella época, ideó un sistema para rellenar los sticks con plomo para utilizar en los entrenamientos, lo que ayudaba que después a que los jugadores tuvieran más fuerza al jugar con los que pesaban menos.

Famoso era el maletín que llevaba siempre a cuestas con todo lo que necesitaba para solucionar cualquier imprevisto. Como el de la señorita Pepis en versión mecánico. Un taller a cuestas. Se pasaba el día entero en su cuartucho del Palacio. Llegaba antes que nadie y no se marchaba hasta que tenía todo a punto para el día siguiente. Mientras, su mujer Carmen Basabre, se encargaba de lavar las camisetas. Conocían todas las manías de los jugadores e intentaban cumplir con todos sus caprichos. Desde las ruedas nuevas con las que cada semana llegaba Cristiano de Portugal, el pánico de Pepe Llonch al color amarillo, los rezos de Mario Agüero en los minutos previos a saltar a la cancha y el temor de Alberto Areces a que alguien "se atreviera incluso a cambiarle los cordones de sus botas antes de los partidos". Y generoso, porque no solo cuidaba a los suyos. Los rivales también acudían a él. La estrella del Cibeles pudo jugar en el Palacio gracias a él y en el Mundial del 88 pasó casi más tiempo en el hotel de concentración de Argentina que en su casa para ayudarles con el material.

Y con solo un error en su carrera. "Con la selección española y con Quim Paüls. Le apreté mal una tuerca y nada más saltar a la pista, la rueda le salió volando". Han pasado décadas y él todavía no se lo perdona a sí mismo. Tampoco parece un pecado mortal. ¿Le pidió perdón? "No, nunca le dije que había sido mi culpa". ¿O sea, que se va a enterar cuando lea la entrevista? Fernando se ríe, con cara de travieso. Es curioso, porque a simple vista tiene apariencia de hombre serio, que da respeto, pero en cuanto se suelta ya no tiene fin y destapa su alma de bonachón. No hace falta ni hacerle preguntas. Las anécdotas van saliendo solas, una tras otra. Una enciclopedia. Sobre todo del Liceo. Pero también del Club del Mar, del Dominicos, de la selección española e incluso del Deportivo, donde jugaron sus hijos. "De tus niños los campeones", le escribieron en la camiseta los jugadores de la plantilla del Liceo que le despidieron cuando le tocó retirarse. No muy lejos. Está todos los partidos en su asiento. Crítico con las cosas que no se hacen bien, pidiendo más tiempo para los de casa, pero siempre fiel a los colores a los que dedicó toda su vida. El verde y el blanco que lleva en el corazón.

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