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José Manuel Ponte

La moderación como arma ofensiva

La palabra de moda, que no el concepto, es “moderación”. De pronto, todos nos hemos vuelto “moderados”, cada uno en la medida de sus fuerzas. Y de forma especial tras conocerse el triunfo por mayoría “suficiente” (la mayoría “absoluta” ha quedado expulsada del lenguaje político por ofensiva para con nuestros adversarios, digo oponentes, digo fraternales, digo angelicales, digo donde dije Diego, etc., etc.) en las elecciones regionales de Andalucía. El milagro se produjo después del golpe de mano palaciego, que concluyó con la traumática expulsión de Casado de la presidencia del PP, su sustitución inmediata por Núñez Feijóo y el ascenso meteórico de Díaz Ayuso como heredera in péctore del liderazgo del partido que había fundado Manuel Fraga.

La señora Ayuso exhibía un discurso confuso, y a ratos incomprensible, sobre su proyecto político, pero eso en vez de generar recelo la convertía en un fenómeno de masas, de momento solo madrileñas, pero con perspectivas de extenderse al resto de España, según adelantaban algunos sondeos de opinión avalados por medios de la derecha extrema. Añádanse a esa pintura al óleo unos pucheritos graciosos, el pelo acaracolado y una figura de potentes contornos, y tendremos a la vista el arma electoral perfecta para combatir en las guerras mediáticas modernas. Unas guerras que precisan de mensajes cortos, engañosos y unas apariencias atractivas, más propias del lenguaje publicitario que del debate de ideas. En ese tan poco apetecible escenario tenía que irse a vivir a Madrid el señor Núñez Feijóo, con un PSOE en horas bajas, un liderazgo zarandeado por la crisis económica mundial, una dependencia cada vez más exigente de su socio de Gobierno y de los independentistas catalanes y vascos. Y, por si fuera poco, de Vox, una formación de extrema derecha, a la que se suponía capaz de arrebatarle electorado al PP al tiempo que le servía de pretexto al PSOE, entre otros, para criticar un hipotético pacto de Gobierno entre los populares y los neofranquistas de Abascal.

Puestas así las cosas, la única salida más o menos razonable sería que un PP moderado alcanzase la mayoría suficiente para no necesitar a Vox que, por cierto, tuvo un final de campaña lamentable con la presencia de una enloquecida fascista italiana y de una Macarena Olona que parecía un personaje de película de Almodóvar. El milagro se produjo y Moreno Bonilla superó la prueba con solvencia. El próximo presidente de la Junta de Andalucía atribuyó su triunfo a la “moderación”, un libro de estilo llamado a ocupar un lugar destacado en la biblioteca de su militancia.

La “moderación” que se nos receta es la fórmula magistral que ha empleado Feijóo para ganar cuatro mayorías “suficientes” en Galicia, territorio en el que Vox no consiguió un solo diputado. Lo que sea la “moderación” que van a pilotar Moreno Bonilla en Andalucía y Núñez Feijóo en el conjunto de España está por ver. Desde su fundación y refundación el PP no ha sido precisamente un buen ejemplo de “moderación”. Fraga, Aznar, y en algunos aspectos Rajoy, gustaban de la bronca parlamentaria, del gesto crispado y del altisonante tono de voz. Veremos si la moderación prometida acaba con todo eso. Lo agradeceríamos.

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