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Íbamos a salir mejores

Hay cinco pilares sobre los que se asienta la personalidad. Son el neuroticismo (que mide la estabilidad emocional), la extroversión, la apertura, la amabilidad y la escrupulosidad, que no merecen un paréntesis explicativo porque son bastante claros. Esas columnas son muy complicadas de mover a lo largo de la vida. Ni un milímetro. Esto quiere decir que si alguien es tímido (lo que entraría dentro de la dimensión de extroversión) le resultará horrores cambiar. Podrá hacerlo, pero con un esfuerzo mayúsculo. Esta explicación viene a cuento de que un grupo de investigadores ha indagado en esa frase que tantas veces se oyó durante el comienzo de la crisis sanitaria del coronavirus y que, lo habrán oído, venía a decir algo así como que de “la pandemia saldremos mejores”. Las palabras se las llevó el viento y, según ha demostrado un reciente estudio, lejos de salir de la pandemia como mejores personas ha sido todo lo contrario. Somos peores. Ninguna sorpresa, dicho sea de paso. Eso sí, el virus logró mover algunas de las columnas que sostienen la personalidad.

Un grupo de siete investigadores —la mayoría de ellos de la Universidad del estado de Florida y de la de Montpellier (Francia)— han realizado un estudio longitudinal (al comienzo de la pandemia y después) para intentar medir si las columnas de la personalidad se habían movido. Lo hicieron, pero no en la dirección que presuponían. En la introducción de su trabajo los investigadores presuponían que tanto tiempo de encierro iba a tener un efecto negativo sobre la estabilidad emocional. Hubo variaciones, pero no en la línea en la que se esperaba. El neuroticismo aumentó, es decir, la clausura provocó que las emociones estuvieran a flor de piel; pero también disminuyó la amabilidad y lo que se conoce como “escrupulosidad” (con el que se miden las obsesiones, por ejemplo). Hubo diferencias en función de las edades. Lógico. Para muchísimos jóvenes el coronavirus provocó que su adolescencia se marchitara mucho antes de lo previsto. Ahora son menos empáticos de lo que lo eran antes. Tienen mucho peor humor y tienen una propensión a estresarse con mayor facilidad, son menos cooperativos y confiados. Están mucho más irascibles.

Tiene truco. Aunque los pilares de la personalidad son complicados de mover es durante la adolescencia y los primeros años de la adultez en los que esos cimientos se van edificando. Por eso es más sencillo que los rasgos que van a definir la personalidad vayan hormigonándose como si fueran arcilla. Buscando un hueco por el que ir creciendo como personas. Por eso el estudio señala también que los mayores son los que menos cambios en su personalidad sufrieron en estos años de pandemia.

¿Por qué no hemos salido mejores? Esto ya no lo dicen los expertos en su estudio, pero sí que lo dejan caer. Lo de que saldremos mejores funcionó durante las semanas más duras de la pandemia, aquellas en las que todo el mundo estaba encerrado en su casa, como si fuera una especie de resistencia colectiva. Fue un mensaje que, poco a poco, y gracias a la difusión de los grandes medios, aupados con sesudos análisis sobre la nada, acabó calando entre una población huérfana de estímulos positivos y hambrienta de mensajes marciales que les dijeran lo que tenía que pensar las masas. Porque en aquella época, todo el mundo era como una especie de masa unitaria, sin poder salir de casa y sin más contacto con el mundo exterior que una ventana, un patio (el que lo tuviera), un balcón (lo mismo) y una fría pantalla de ordenador que fue solo un trampantojo de las calientes relaciones sociales.

Esa falta de calor fue la que realmente consiguió mover las pesadas columnas que sostienen las cinco dimensiones de la personalidad. Somos más animales de lo que muchos se piensan y cuando el fuego de la manada se apaga sufrimos y acabamos desorientados. Fue lo que ocurrió durante la pandemia y esos efectos continúan ya bastante tiempo después.

Al final, la pandemia sí que nos cambió. A unos más que a otros. Una vez abiertas la puertas volvió el calor, pero era diferente. Ya no calentaba tanto como antes. Cada uno comenzó a calentarse como buenamente podía. Habíamos salido diferentes, sí. Pero no mejores.

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