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creencias

Miqui Otero

El del medio de los Estopa

Corría la leyenda de que existía un individuo al que no le gustaban Estopa. La Interpol, los Mossos, el FBI y la Guardia Civil (incluso Mortadelo y Filemón) se pusieron al lío para encontrarlo. Tras varios chivatazos, llegaron a una cabaña en el Prepirineo. Cuando abrieron la puerta escucharon “todas las palomas que cojo, vuelan a la pata coja”. El tipo lo negó todo: “¿Estáis locos? ¿Quién podría no quererlos?”.

Desde luego, ese personaje inventado que no simpatiza con los hermanos Muñoz no es tampoco Jordi Évole, que comparte con ellos canciones, videoclubs de infancia en Cornellà y esa intuición de que las cosas pueden ser serias, pero no aburridas (o al revés). Lo de Évole estrena temporada el domingo con Tres en la carretera, una road movie de este trío, que se proyectó el otro día en unos cines de Barcelona. Entre otras cosas, parece la confirmación del tema El del medio de Los Chichos, el que se les aparecía en sueños. Aunque El del medio de los Estopa es Évole, que asoma la cabeza entre los dos asientos delanteros (como hacíamos nosotros en el viaje al pueblo para preguntar “¿falta mucho?”) porque antes se ha quedado dormido. Esto va de confesiones y una de ellas es que padece narcolepsia: cae fulminado Flex si algo lo emociona mucho o le hace mucha gracia. Cuando beben en un bar de carretera unas jarras mientras hablan de hipocondrías y colonoscopias, José Muñoz suelta que un amigo le dijo: “Yo es que ya meo en morse”. La carcajada es triple, hasta que Évole abraza a David Muñoz: “Cógeme, cógeme, cógeme”. Y entonces se desploma. Ha tenido uno de sus ataques. Y es normal, porque este viaje es así de emocionante, así de divertido. Yo, en la butaca, pensaba en un chiste: “Van dos y se cae el del medio”, quizá porque quería sumarme a ese festival del crack de los 40.

Escribió Lord Byron que la mediana edad es la peor de las edades medias. Pero eso es porque no se tomó unas cañas con ellos, que le ahorran hierro al tema. Esa es la crisis donde se te pone cara de Bisolgrip Forte, donde pierdes de todo menos kilos, donde te vuelves como un niño apenado (y con algún pelo en la oreja), cuando el olor de mandarina te recuerda a una silla incómoda de hospital, porque empiezas a perder a tus mayores. “Es cuando le das la vuelta al jamón. Pero es que la otra parte está más seca”, dice Évole. “Pues yo creo que si sigues jugando a la videoconsola sin parar, no te haces viejo jamás”, bromea David, que en una habitación de hotel con tres plegatines añade que él quiere pensar que su padre no va a morirse nunca (entre otras cosas, se ha ganado ser eterno).

Hablan, en un rondo de confidencias y chistes, de paternidad, de ausencia, de nunca olvidar de dónde vienes para saber cómo has llegado hasta aquí. Charlan, en definitiva, de las cosas que importan, al menos a mí. “¿Tus padres qué coches tuvieron?”, le suelta David al periodista. Y entiendes la pregunta (los míos un Seat 850, un Ford Orion y un Xantia, esto os gustará, con una matrícula eróticamente prodigiosa: 6996-PN), porque uno es su nevera de infancia, los autos que sus padres se podían permitir, la primera porno que vio sin codificar en Canal + y lo que se percibía como lujo (cenar pizza Tarradellas en viernes, por ejemplo).

No sabemos adónde los lleva este coche sin dirección asistida ni esta película sin dirección aparente (pero muy bien dirigida y escrita, trufada de eso tan difícil de tasar: el encanto). Pero en ningún momento pregunté “falta mucho” porque el destino daba igual, porque lo que importaba es el viaje, tal y como lo que importa es, siempre, no el tesoro, sino el mapa del tesoro.

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