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Crónicas galantes

Ánxel Vence

Votos por la cara

Convencido —no sin razón— de su apostura y su fácil verbo, el presidente Pedro Sánchez ha retado a Alberto Núñez Feijóo a un debate semanal en la tele hasta que se celebren las elecciones. El jefe del partido mayoritario de la oposición no está por la labor, si bien ha dicho que algún debate habrá. Se ignora por qué motivo.

El cara a cara es una variante del boxeo en la que el campeón y el aspirante al título presidencial se enfrentan en el plató de la tele, que viene a ser la metáfora de un cuadrilátero. El que mejor cara ofrezca al público o el que más cara demuestre tener será el que gane el combate. Es la política entendida como espectáculo.

El problema reside en que, oficialmente, aquí no hay candidatos a la presidencia.

España es una democracia parlamentaria en la que los votantes no eligen a presidente alguno, sino a los diputados de un Congreso que, a su vez, escogerán al primer ministro que mejor les parezca.

Ni siquiera es necesario que el jefe del Gobierno sea parlamentario o pertenezca a la lista más votada. El propio Sánchez gobernó durante año y pico con solo 85 diputados frente a los 137 obtenidos por el partido de Mariano Rajoy, al que le madrugó el cargo tras sumar los apoyos suficientes de otros partidos. Legítimamente.

Ningún sentido tiene, por tanto, que dos aspirantes a la presidencia se fajen ante las cámaras para entretenimiento de sus fans. Hay muchos más candidatos, si bien es cierto que reunirlos a todos en un plató excedería las posibilidades de espacio y de tiempo propias de un medio tan dinámico como la tele.

Lo de personalizar a un partido en su candidato es costumbre que hemos importado de Norteamérica, al igual que el Halloween, las primarias o el Debate sobre el Estado de la Nación. Vemos muchas películas americanas y luego pasa lo que pasa.

Así hemos llegado a la extravagante conclusión de que el de España es un sistema democrático de carácter presidencialista como el estadounidense o el francés, en los que se elige directamente al Jefe del Estado y, en comicios separados, a los miembros del Congreso y del Senado.

Allá en tierras del Rancho Grande tiene su lógica que el candidato demócrata y el republicano sostengan un par de debates antes de las elecciones. Están reclamando el voto para sí mismos y no para una lista electoral.

Fue precisamente Estados Unidos el lugar en el que por primera vez la televisión inclinó —hace ya más de sesenta años— las preferencias de los electores a favor del joven y apuesto John Kennedy en su pugilato ante las cámaras con el malencarado Richard Nixon. Pero entonces no había aún redes sociales, claro está.

Quizá el kennediano Sánchez haya considerado la posibilidad de que un buen baño de televisión le permita recuperar el terreno perdido en las últimas elecciones y en las encuestas. Está en su derecho, del mismo modo que Feijóo está en el suyo al no complacer sus deseos de librar seis combates, seis, en la tele.

Parece poco serio, en todo caso, pretender que los electores decidan su voto por la cara o la facilidad de palabra de los aspirantes, como si se tratase de un concurso de oratoria. El caso es no aburrir al votante. La función debe continuar.

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