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CRÍTICA

La ópera vedada

Durante noventa años, la ópera Amor vedado estuvo vedada; o, al menos, durmió el sueño de los justos. Acaso, el de los pecadores, porque algún pecado grave tuvo que cometer para semejante condena al ostracismo. Con independencia de que una ópera nueva de un autor poco conocido tiene escasas posibilidades de subir a un escenario, hay que convenir que en este caso se concitan varias circunstancias negativas. Primero, Andrés Gaos mantenía una actitud humilde frente a su propia obra, lo cual, como es bien sabido, hace muy difícil triunfar en vida. Segundo, por ese mismo motivo, el resto de su producción conoció únicamente éxitos fugaces; sólo tras su muerte, se ha despertado el interés por muchas de sus obras. Tercero, Gaos, músico eminente, no mantiene el mismo nivel en sus textos literarios, ni en las canciones ni en su única ópera, la cual además tiene una discreta dimensión dramática. El argumento, endeble y poco verosímil, está contado en versos de escasa calidad. ¿Por qué, entonces, rescatar esta ópera del olvido? Pues porque está la música. Y, en ese terreno, Gaos tiene mucho que decir.

En efecto, la música es, en general, de una gran calidad. Como siempre sucede con el compositor coruñés -y con muchos otros grandes músicos-, es preciso escucharla más de una vez para poder apreciarla debidamente; sin embargo, hay momentos en que nos cautivan las exaltaciones líricas, esas preciosas melodías gaosianas (aria de Laura, dúo final). Los más conocedores apreciaron también la brillante intervención del coro, el concertante de ocho líneas vocales (coro a seis voces, tenor y barítono), la expresión musical independiente de los protagonistas en los dúos, y la notable instrumentación de los números puramente orquestales (Introducción y Baile, Tormenta). Su condición de melodrama rural, su duración en torno a una hora y esa singular combinación de lirismo y dramatismo en la música hacen pensar -sin establecer comparacione- en Cavalleria rusticana, de Mascagni, o en I pagliacci, de Leoncvavallo.

La versión se benefició del elevado nivel de calidad de los intérpretes. Excelente, la soprano Matheu, una lírica de grata voz, muy expresiva y que canta muy bien. El barítono López hubo de luchar con la parte más exigente de la obra (incluido un Sol sostenido agudo y pasajes difíciles en los graves) y la resolvió con general acierto; algunas brusquedades de emisión deben atribuirse -entiendo- a la necesidad de pasar una orquesta de enorme poder sonoro. El tenor Montserrat posee una voz peculiar (comenzó su carrera como barítono, al igual que muchos tenores dramáticos: Domingo, por ejemplo) con un hermoso color en el soberbio registro agudo; ciertas nasalizaciones le perjudican. El Coro, excelente. Salió a saludar Companys (¡qué gran labor la suya con el triple proyecto coral!). La Orquesta, en su altísimo nivel habitual. Y Víctor Pablo, extraordinario. Puso una enorme entrega, una pasión singular en esta música.Y no sólo en la ópera: había que verlo dirigiendo con una enorme intensidad expresiva la Suite a la antigua (¡qué bella obra!) y esa preciosa Fantasía para violín y orquesta donde lució Spadano su hermoso cantabile en las frases amplias, de encendido lirismo, tan características de este gran músico que fue nuestro conciudadano Andrés Gaos Berea.

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