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Sobran agitadores y tremendistas

Del grave conflicto de Ucrania y Crimea hay dos versiones contrapuestas; de su historia y de sus motivaciones de distinta naturaleza. Un presidente democráticamente elegido huye del país, hay alta tensión con muertos en las calles y una potencia extranjera despliega fuerzas armadas para respaldar a una de las partes. El asunto tiene ya dimensión internacional al máximo nivel y repercute en la economía europea. Llegados a este punto, lo importante para todos, para los directamente implicados y para el mundo, ya no es lo pasado y sus interpretaciones sino saber cómo resolver el conflicto, si por la fuerza o emprendiendo negociaciones en las que todos habrán de ceder. Siempre ha sido así.

Aquí tenemos un conflicto con Cataluña porque su gobierno, con gran apoyo parlamentario, promueve la independencia. Para demostrar su respaldo social quiere convocar un referéndum con fecha y preguntas ya fijadas unilateralmente. El Estado en uso de sus facultades constitucionales no consiente el referéndum y está decidido a prohibirlo con los medios constitucionales de que dispone. Por ambas partes los usos son democráticos y hasta hoy respetuosos con la legalidad constitucional, no hay violencia ni exhibición de fuerza y sólo el Estado cuenta con el completo apoyo internacional, principalmente por su trascendencia con el de la poderosa organización europea de la que es miembro y tiene la legalidad internacional de su parte. El gobierno de Cataluña no sólo no tiene respaldo internacional alguno sino que todas las autoridades de la UE rechazan las secesiones en sus Estados miembros y reafirman a diario que una Cataluña independiente dejaría de pertenecer a ella. Los vínculos entre las dos partes son antiguos, fortísimos y de toda naturaleza imaginable. En Cataluña en torno al 70% de la población comparte con comodidad la doble identidad emocional y cultural, se siente y se sabe español y catalán a un tiempo y sin contradicciones. Son, pues, identidades incluyentes. Las excluyentes, sólo español o sólo catalán, suman en torno al 25%. Así las cosas lo lógico es calificar el conflicto de menor o muy menor, pensar que la negociación es obligada, que debería ser inmediata y de fácil y amigable conclusión. Podría versar sobre algunos puntos de la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatuto reformado de Cataluña. En ambos lados hay expertos en interpretación constitucional que saben moverse bien en un campo en el que predominan la elasticidad y los tonos grises. El acuerdo es factible y merece la pena.

Lo disparatado es que Asuntos Exteriores lleve la voz cantante del Estado. Ni la controversia es internacional, ni tiene las cuentas, ni es discreto el ministro. Sólo falta Ansón, que, en veinte líneas recientes, llama a Mas escudero, títere, lacayo, guiñol y polichinela de Oriol Junqueras. Cuando a Franco le apretaban las democracias, la ONU o el Papa, chillaba en la Plaza de Oriente que atacaban a España y salía reforzado. Como Maduro. ¡Será que lo desconocían el académico agitador y sus imitadores!

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