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Pro domo nostra

Urge el sol

El "supremacismo" catalán más recalcitrante, aglutinado en torno al Govern, por acreditarse víctima, sería capaz de declararse huérfano ante aquel juez que lo condenara por parricidio probado.

No constan quejas ni denuncias o solicitudes de amparo que, por insufribles y seculares agravios, hubiera presentado ante organismo internacional alguno y sin embargo, acomodándola con gracia palurda a la medida de sus deseos más enardecedores, se ha calzado el afán militante de los caloyos para restaurar por su cuenta una memoria que, al parecer, España también le había robado.

Ha vuelto a 1714 para revisar las luchas dinásticas entre borbones y habsburgos y decretar de paso que aquella guerra de sucesión fue en realidad una guerra de secesión, un episodio heroico, una gesta que reivindica hoy todavía al archiduque Carlos y así carga de legitimidad histórica la causa que defiende.

Porque Espanya ens roba y Espanya ens enganya, de la maraña tramposa de la historia hasta aquí divulgada, se han podido rescatar otras verdades. No vivió El Greco ni pintó en Toledo, sino en Torelló y el gran Leonardo no era sino de Vic. Por otra parte, los moros de la morería no entraron en la Península por el Estrecho, antes bien por el Maresme. Y a la Moreneta, más gallarda y corajuda, habría de corresponder la gloria que a Santiago el Mayor sesgadamente se atribuye.

Igualmente y gracias a tan riguroso y sacrificado empeño, todos podemos al fin saber que Franco pretendió "disolver" la identidad de Cataluña -sea eso lo que fuere- enviando hordas de murcianos y de extremeños y de andaluces y de castellanos y de gallegos. Era un cuento, pues, que Cataluña hubiera sido privilegiada por el franquismo; que en connivencia culpable con la alta burguesía catalana -que sufragó el golpe y se subió rápida a los tanques facciosos cuando asomaron por las calles de Barcelona- el régimen hubiera favorecido aquella tierra con la ubicación de las industrias más rentables y modernas o con un programado e hiriente subdesarrollo rural que convertía a los desheredados del campo improductivo en un desventurado ejército de ilotas, un proletariado sin cualificar ni organizar, inerme y vulnerable. Era un cuento, pues, que ellos, dejando atrás sus casas -todo lo que amaban-, contribuyeran a edificarla desde la Seat y desde la Seda y desde Sanitarios Roca y desde? Era un cuento, pues, que ellos la levantaran trabajando Cataluña "en sus aceros". Era un cuento, pues, Miralles, el protagonista de Soldados de Salamina, la gran novela de Javier Cercas, pero también lo eran otros comunistas de carne y hueso que se arriesgaron contra la dictadura? Eran un cuento, pues, los Salgueiro de Cornellá? Y sin embargo yo los conocí.

En infamante contraste, Oriol Junqueras ha establecido sin torcer los ojos más aún ni pestañear siquiera, que si los catalanes son "genéticamente" más próximos a los franceses que a los españoles, él, aunque fuera de talla ahora mismo, ha de parecerse más y mejor a Alain Delon que a Falete.

Como hasta aquí hubiera llegado la locura -la bogeria, dirían por allá-, urge superar la reaccionaria hipertrofia de supuestos "prepolíticos" o "extrapolíticos" -el origen, la lengua, el sexo, el amor, el caldo, la tortilla y dios- y colocar en el centro del debate ciudadano los problemas sociales verdaderos y, no obstante, desatendidos. Urge devolver a quienes padecen esa fiebre de la identidad y los símbolos a las esquinas del espacio público, a su ajustada y exacta dimensión.

Urge quebrar ese discurso malsano que sobrepone el ser al estar, lo abstracto a lo concreto, y que inunda los días como una marea pringosa y blancuzca, una andrómina que busca distraer o cegar la realidad para tirar de ella alguna asimetría, alguna mamandurria de matute.

Urge plantarse ante un gobierno autónomo entregado en tropel al compulsivo saqueo de lo público; plantarse ante el pujolismo que, a lo largo de décadas, vio en lo de todos unagrandeylibre oportunidad de asalto para hacerlo propio.

Urge plantarse del mismo modo ante cualquier gobierno de España que, como aquellos presididos por un José Luis Rodríguez Zapatero ayuno de otra ideología que no fueran sus propios borborigmos, no solo legitimaron a fuer de progresista aquel discurso del "ser diferentes" para trincar más y así llegar a "estar mejor", sino que lo interiorizaron, lo hicieron suyo, al cabo para convertirlo en fabulosa máquina de alienación.

Urge un tiempo "posnacionalista" que supere la venalidad y la vendeja, la murria victimista y el trasudor insoportable de gobiernos claudicantes, consentidores o cómplices.

Hemos navegado largamente entre laberintos de coral. Urge un tiempo "posnacionalista" que rescate el sol.

Urge -me urge- el sol, porque ya lo amo yo como un anciano.

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