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Pro domo nostra

Nóos y vóos

Al tiempo que los ciudadanos nos acometíamos por intangibles asuntos -la identidad o así- que promovieron nuestros amos, declinaba sin remedio el Estado, "el estado democrático, social y de derecho".

Entre las abominables prácticas de una inveterada corrupción generalizada, apenas se contiene el desempleo, no decrece el déficit y la deuda compromete gravemente las cuentas de la Seguridad Social. Entre gobiernos y oposiciones intercambiables, a la espera estas de su turno, "el estado democrático, social y de derecho" fue diluyéndose y escurriéndose por desagües y alcantarillas.

Casi todos los dirigentes con que el Cielo pareciera castigarnos con rigor inmerecido, por tapar la propia braman en cháchara banal contra la corrupción de los demás, en tanto que, desde ese locus amoenus que se han regalado, desde esa alta bóveda estrellada, ellos mismos, convecinos de los ángeles, en su hora más santa arrojan sus deyecciones sobre nuestras moradas.

¿En A Coruña o en La Coruña?, nos preguntamos nosotros porque lo único que interesa a la canalla es ya el nombre del descampado donde la asaltan.

Corre incontenible por doquier una crecida amarilla, pútrida y maloliente, que ha convertido los oteros en algo parecido a aquellas islas que fueron antaño moridero de apestados y leprosos.

Encaramados allí, por distraer la muerte, millones de humildes escupidores callejeros debaten animadamente desde hace años sobre lo que son y nunca sobre cómo están; sobre el derecho de algunos a ser distintos y no sobre el de todos a ser iguales; en definitiva, ante la amenaza fecal, se entretienen barateando sobre la espuma nauseabunda y sobre el viento que propaga el hedor.

Mientras, a las pestilentes riberas, ha ido arribando una tribu colonizadora que aferrada a las piedras como costra de líquenes, promete desde abajo acaudillar una regeneración imposible. En nombre del "pueblo" y de la "gente", que son ellos mismos, proclaman una democracia populista; una democracia sin libertades y derechos individuales; una democracia sin división de poderes; una democracia sin democracia?

Yo tengo más fe en jueces y tribunales independientes y celosos de sus obligaciones. Como ese frente al que para ser juzgado comparece hoy Jaime Matas, que fue presidente de Baleares y ministro del Gobierno de España.

El mismo que, como ministro de Medio Ambiente, en los albores del siglo XXI accionó personalmente el detonador de la carga de dinamita que, en la playa mariñana de Areoura, demolió una construcción ilegal paralizada desde los años setenta del siglo anterior.

El gesto necesario y resuelto, con explosivo por medio, permitió por un momento albergar el sueño, tan viejo y tan demorado, de que aquel castigadísimo paisaje pudiera recuperar, al menos parcialmente, su cautivador aspecto natural. Pero de nuevo se encargó la historia de defraudarlo?

Porque era aquel un tiempo de grúas incontables y rutilantes cartelones proclamando ilimitadas posibilidades de financiación para alcanzar la inducida ilusión de un piso con goteras? Pero también porque era aquel un tiempo de inagotables mordidas y negocios y plusvalías, en el que si unos cualesquiera se entrampaban con deudas que acaso nunca pudieran satisfacer, un ministro podía tener la oportunidad de juntar para un palacete, cuyos retretes -se aseguró en su día- serían dignos de Antón Bocanegra, el déspota, señor de la abyección, que desde ellos imperaba en la soberbia ficción de Francisco Ayala.

De los mierdecillas más infames, asombra, en su delicada finura, la obsesión por defecar sobre el oro y Matas, que acaso sea uno de ellos aun guarnecido de infantas y duques y otras gentes principales, rinde finalmente cuentas ante un tribunal.

Ojalá este fuera el punto de inflexión que, revertiendo el camino hacia el desastre, iniciase el rescate de nuestra democracia envilecida.

Mas si por desgracia no fuera así y nuestra vida política no recobrase el buen sentido y la honorabilidad que no debiera haber perdido, enseñémosles a nuestros hijos y nietos lo necesario para que jamás renuncien. Enseñémosles además ética y estética para puedan admirarlos y exigirlos y reconocerlos. Enseñémosles zoología para que aprendan sobre las plagas que los carcomen. Enseñémosles también -y más que nada- poesía por si todo fuera en vano y al cabo no tuvieran más remedio que soñarlos.

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