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Shikamoo, construir en positivo

José Luis Quintela Julián

Trinidad, San Antonio, Concepción, Victoria y Santiago

Tengan ustedes un buen 10 de agosto de 1519, jornada en la que les saludo entre los "salseiros" provocados por las olas, el enorme gentío que nos acompaña en este día mágico en Sevilla, y toda la mezcla de ilusión, incertidumbre y ganas de aventura que suele motivar una gesta como la que hoy comenzamos.

Estamos en el Muelle de las Mulas. Cinco barcos, de nombres Trinidad, San Antonio, Concepción, Victoria y Santiago, están preparados para una larga singladura. El destino, un tanto incierto, pero con el objetivo claro de abrir una nueva ruta de las especias. Ya saben, mercancía golosa, que mueve barcos y pasiones. Quizá uno de los primeros ejemplos de lo que algún día llamarán mundialización económica o, de forma quizá menos precisa, globalización.

Tras una breve travesía por el Guadalquivir, la flota „comandada por Fernando de Magallanes„ permanecerá en Sanlúcar de Barrameda hasta el 20 de septiembre, cuando las avezadas tripulaciones se harán definitivamente a la mar. Serán días de intenso avituallamiento y de gestiones varias, donde los capitanes de las naos terminarán de cerrar los innumerables flecos de una expedición como esta. Y, a partir de ahí... Quizá alguien se lo cuente dentro de cinco siglos, de la forma que se considere apropiada entonces... Quién sabe...

Y sí, amigos, hoy 10 de agosto de 2019, muchos de los que nos afanamos en contar historias y ver sus implicaciones profundas en el ayer, el hoy y el mañana, no podemos dejar de recordar esta gesta, en gran medida a partir de lo recogido por Antonio Pigafetta, cronista de tal viaje. Fueron 239 hombres y cinco naves que, casi sin quererlo, demostraron por primera vez que La Tierra tiene simetría de revolución, y que yendo siempre hacia el Oeste se puede llegar al lugar del que se partió. Es una historia dura, de desencuentros, pequeños motines, ejecuciones, hambre muy severa, escorbuto, violencia y mar. Mucho mar, a babor y estribor, a la proa, a la popa y desde lo más alto de la jarcia. Una historia de esas de antaño, cuando el romanticismo „aliado siempre de la incertidumbre„ estaba mucho más presente en la ciencia y en la búsqueda de lo desconocido.

Muchos cronistas hablan hoy de esto, y todos seguro que con buen criterio. Muchos reforzarán el papel de España en este momento de la Historia, o de los brillantes momentos de la navegación de este país y su contribución al acervo colectivo. Tienen razón. Sin embargo, déjenme que yo prefiera poner el acento diferencial hoy en el carácter casi mágico, telúrico y científico, de semejante aventura, de la que pocos volvieron indemnes, ya al mando de Juan Sebastián Elcano, habiendo muerto Magallanes y después de un montón de peripecias que dieron al traste con cuatro de las naves. Sí, yo quiero reivindicar el papel de esta expedición como expresión de la curiosidad y la profunda sed de conocimiento de la especie humana, más allá de nacionalidades o de elementos políticos o geoestratégicos. No cabe duda de que la expedición Magallanes-Elcano marcó un antes y un después en el conocimiento colectivo, y eso es algo verdaderamente fascinante.

No sé si les conté alguna vez que he tratado de convencer varias veces a la persona con la que comparto más de cerca mi vida para vender la casa, comprar un barco y, por qué no, hacernos a la mar algún tiempo. Hay excedencias y otras fórmulas que nos permiten crear un tiempo muerto en este lapso único e irrepetible que se llama vida, y si uno no se lía la manta a la cabeza teniendo aún cierta lucidez, quizá luego sea tarde. La respuesta siempre ha sido negativa, y eso me ha mantenido unido al terruño y lejos de otras posibilidades. Pero les confieso que pienso a menudo en ello, y aunque nuestra gesta „como en otras ocasiones„ no nos llevase más que a las Islas Cíes, a algunas navegaciones por el Mediterráneo y a alguna otra travesía de medio pelo, les aseguro que la sensación de libertad generada así es, al menos para mí, única. Supongo que la culpa de ella la tiene un tocayo mío, de apellido Perales, que con su barco llamado precisamente así, "Libertad", me comió el coco ya de pequeño. Eso y la oportunidad de haber hecho alguna travesía con singulares y expertos marinos de la ciudad, a bordo del Juan de Lángara o de algún otro velero.

El caso es que a mí estas cosas me retrotraen al mundo de Julio Verne, muy posterior, pero también muy adelantado a su tiempo, y al que papá profesaba admiración ya desde su juventud. O a otras gestas distintas, como la vivida por Pedro Páez en el Nilo Azul o lo contado por Joseph Conrad en su siempre vigente "El corazón de las tinieblas". Expediciones, aventuras y nuevos horizontes, no desprovistos nunca de polémicas -todo yin tiene su yang- que, no cabe duda, tuvieron mucho que ver, para bien y para mal, en la conformación actual de nuestro mundo.

Bueno, pues aquí queda mi pequeño homenaje a quienes demostraron por primera vez lo que hoy algunos cuestionan, y no saben cuánto, con las nuevas teorías del terraplanismo. Les recomiendo hacer una búsqueda por internet, y verán todas las tonterías por minuto que se pueden decir sin ninguna base científica sobre esta cuestión. Algo que no debería sorprendernos, visto lo visto a estas alturas...

Me dicen que desde el "Pros" se harán hoy mismo a la mar intentando remedar a Magallanes y a su tropa. Y que el "Juan Sebastián Elcano" hará lo propio, conjuntamente con el también buque escuela "Sagres" portugués, más adelante. ¡Qué envidia!

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