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Shikamoo, construir en positivo

José Luis Quintela Julián

Mi confinamiento

Quiero saludarles de nuevo, todo lo efusivamente que nos permite la distancia. Y ahora que los especialistas dicen que el papel de periódico es un medio bastante seguro, y que es difícil contagiarse de Covid-19 con la lectura de un tabloide que antes haya hojeado otra persona, mucho mejor. En cualquier caso, me lean ustedes por medio del romántico y tradicional soporte de pliegos perlados de tinta negra o a través de una fría y moderna pantalla, el saludo queda dado. Al fin y al cabo usted es alguien único e irrepetible y, como tal, es objeto de mi afecto. No le quepa duda alguna, independientemente de su identidad.

Hoy, en este 9 de mayo, quiero hablarles de algo tan vigente, cotidiano y actual como es el confinamiento. Y lo hago, lógicamente, escribiendo estas líneas un día antes, mientras creo que el ministro Illa explica ya qué territorios pasarán a la Fase I del actual plan de actuación y cuáles no. Me consta que muchas personas, a lo largo y lo ancho del país, estarán muy pendientes de ello. Al fin y al cabo, tal conjunto de decisiones marcará si podremos ver en el corto plazo a nuestros seres queridos, o cuál puede ser el alcance de nuestras evoluciones en estos tiempos de coronavirus.

Sin embargo, y sin restar importancia al anuncio que se haga y a las consecuencias que se deriven de ello, hoy reflexiono sobre mi propio confinamiento y, más en particular, sobre los valores que lo inspiran. Recuerden que, ya desde el principio de esta crisis, abogábamos aquí por la prudencia y por pasarnos más que por quedarnos cortos. Pero esto, en una sociedad que parece que vive muchas veces a base de golpes de adrenalina traducidos en la necesidad de una cascada continua de todo tipo de eventos festivos y de ocio, es difícil. No cabe duda de que los tiempos de cuarentena casan más con la quietud, la música suave mientras uno lee en el hogar, y grandes dosis de vida lenta.

Lo que yo quiero decirles hoy es que mi confinamiento no lo ha marcado en ningún momento el Gobierno. ¿Por qué? Porque por muy de obligado cumplimiento que sea este, por supuesto, el mío personal ha ido muy por delante, y seguirá siendo así. Ahora mismo vivo días en que puedo pasear una hora en cualquier tramo horario, después de la aceptación por parte de Madrid de considerar los núcleos rurales como elementos para el cómputo del límite de cinco mil personas, pero la realidad es que no lo hago. Para ser exacto, he paseado un día. Tampoco he utilizado la estupenda herramienta actual de poder salir a hacer mi habitual deporte en alguna de las dos franjas horarias para ello habilitadas, llegando hasta el límite del municipio. En cambio, prefiero quedarme en casa, aunque las vueltas sean más cortas y las dificultades evidentes. Es cierto que el pequeñísimo terreno que tiene la vivienda en este caso, impensable en una ciudad, ayuda a no tener una necesidad perentoria de salir al aire libre, como ocurre en el caso de un piso. Pero, aún así, me restrinjo yo mismo mucho más de lo que me marcan.

De hecho, comprendí hace mucho tiempo la necesidad de que nos aislásemos, antes del estado de alarma y de las medidas que llevaron al confinamiento colectivo. Entendí que no podía visitar a mis mayores, por mucho que lo sintiese. Y, antes de eso, las últimas veces que estuve con la familia no me acerqué y tampoco, aduciendo un catarro inexistente, le di un beso a mi madre. Lo importante es lo importante, y comprender que lo clave es proteger a quien puede ser más vulnerable, y retrasar en cualquier caso un contacto con el agente patógeno, es lo fundamental.

Entiendo que si uno es propietario de un bar esté deseando que se puedan ocupar las terrazas, actuando con garantías, o que si nuestro negocio es -por ejemplo- una peluquería, necesitemos comenzar a facturar de nuevo. Lógico. Todo ello es crucial, como forma de sostener las economías y las vidas de millones de familias y, a partir de ahí, del país. Pero tal natural interés ha de ser compatibilizado con un cierto umbral de seguridad real, dentro de lo posible, cuidándonos mucho de volver a situaciones complejas por las que nuestra sociedad ha pasado recientemente, y que nos han costado la friolera de más de veintiséis mil vidas, a día de hoy.

Por eso mi guerra no es si voy a poder ir a una terraza o si me dejarán hacer esto o lo otro. Yo tengo claro que, en lo posible, voy a ser mucho más prudente que lo que me marquen. Y les confieso que el simple hecho de ir a tirar la basura me lo pienso más de cuatro veces. He trabajado fuera de casa mientras así me lo exigieron, y teletrabajo ahora que puedo y mientras sea posible. La compra la realizo cada tres semanas, o más, y asumo que los frescos los compro todos juntos y, si hace falta, los congelo. Creo que es tiempo de hacer las cosas con cuidado, y tener prisa hoy puede complicarnos el mañana. O, peor aún, arrebatárnoslo.

Por eso cuesta entender las aglomeraciones, la falta de cuidado y la fiesta y la despreocupación -que no la positividad- como respuesta a esta crisis. Todos tenemos que cuidarnos, mutuamente y a los demás. Porque, se entienda o no, esta es una suerte de lo que la Física llama "Problema de n cuerpos", donde todos los elementos están interconectados.

Termino como suelo hacer en esta etapa, exhortándoles a que se cuiden, como forma de preparar nuestro inmediato futuro personal y colectivo, más allá del tiempo de confinamiento.

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