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El arrepentimiento y el perdón

Según el Diccionario de la RAE, arrepentimiento significa “acción o efecto de arrepentirse”. Y esta palabra quiere decir, en el sentido que aquí interesa, “dicho de una persona: sentir pesar por haber hecho o haber dejado de hacer algo”. Como se puede advertirse fácilmente, el sentimiento del arrepentimiento puede obedecer a una acción o a la omisión de un determinado comportamiento; es decir, nos arrepentimos bien de haber hecho algo o bien de no haberlo hecho. Otro elemento del significado es que lo que causa el arrepentimiento tiene una variadísima naturaleza. Justamente por eso, el Diccionario utiliza la expresión omnicomprensiva “algo” que quiere decir realidad indeterminada cuya identidad no se especifica. En resolución, es posible hacer cualquier cosa o dejar de hacerla, y, seguidamente, sentir pesar por la decisión tomada.

Aunque es verdad que la causa del arrepentimiento puede ser de muy distinta entidad y alcance, también lo es que suele guardar relación con el mundo de los sentimientos y de las creencias. No es, por eso, infrecuente oír a alguien que se arrepintió, por ejemplo, de no haberle declarado su amor a alguien (sentimiento); o de haberse apartado en su proceder de lo que creía recto y justo (creencia). En todo caso, conviene tener presente que el arrepentimiento es un acto unilateral, que pertenece a la esfera de actuación interna del arrepentido, y que puede mantenerse en la intimidad o no, según tenga éste por conveniente.

Al reflexionar sobre el arrepentimiento es bastante frecuente que uno piense, casi siempre involuntariamente, en el tema del perdón, término éste que significa “remisión de la pena merecida, de la ofensa recibida o de alguna deuda u obligación pendiente”. Lo cual es consecuencia de su estrecha relación. Si bien conviene advertir que la conexión no es tan ineludible porque, así como el arrepentimiento es un sentimiento de pesar que experimenta exclusivamente el arrepentido, el perdón es un acto que no tiene por qué obedecer a un acto de magnanimidad y que puede depender de un tercero y no estar en las manos del ofendido. Con esto se quiere decir que puede perdonar alguien que no ha sido ofendido, simplemente porque le interesa y sin que el perdonador tenga sentimiento alguno de clemencia.

Y es que para tener una visión completa del binomio “arrepentimiento/perdón” hay que relacionar el hecho generador del arrepentimiento (la acción u omisión del sujeto), el sentimiento de pesar consecuencia de ese hecho (el arrepentimiento mismo), la remisión de los efectos del hecho generador (perdón) y —lo cual es especialmente interesante—quien es el perdonador y qué razones tiene para ello.

El Diccionario describe tres hipótesis diferentes de perdón, fundamentadas todas ellas en un acto de remisión; esto es, de alzar la pena merecida, olvidar la ofensa recibida o liberar de alguna deuda u obligación pendiente. El Diccionario no contiene, en cambio, alusión alguna ni al perdonador ni a la razón por la que se otorga el perdón.

Conviene señalar, por último, que, aunque parece que hay una relación de antecedente y consecuente entre el arrepentimiento y el perdón, no siempre es así. Porque hay arrepentimientos que no van seguidos de perdón, ya sea porque no se pidió, ya porque aun habiendo sido solicitado no se concedió. Y, al contrario, hay perdones que no son consecuencia de un previo arrepentimiento, y que se conceden bien graciosamente o bien por cualquier otra razón incluida la pura conveniencia

Más aún: creo que se puede afirmar que es en la política en la que menos relación puede haber entre el arrepentimiento y el perdón. Las reflexiones que voy a realizar seguidamente sobre la banda terrorista ETA me permitirán aclarar lo que pienso.

Como todos ustedes saben, desgraciadamente, desde finales de los años sesenta del siglo pasado, unos sujetos se organizaron criminalmente en el norte de España para imponernos a los demás por la fuerza de las armas sus creencias políticas, convirtiendo el asesinato en su manera habitual de hacer política. El fanatismo y la irracionalidad con los que la banda terrorista concibió su idea político-territorial de España llegó hasta tal punto que asumió, sin la más mínima duda, el asesinato de otros seres humanos como medio para alcanzar el irrealizable objetivo político de la independencia. Remarco lo que antecede porque los valientes “gudaris” que practicaron la lucha armada contra la masa indefensa de la ciudadanía no intentaron nunca alcanzar sus metas políticas usando el arma del convencimiento, sino otras armas letales, como las de fuego o artefactos explosivos, con las que mataron a cientos de personas (unas 859), a las que las consideraron simples “bajas” de una delirante guerra contra España que solo se libró en sus mentes criminales y enfermizas.

Pues bien, seguramente como consecuencia de un proceso negociador los viles profesionales del asesinato de inocentes, que han ido siendo detenidos, juzgados y condenados y encarcelados por los crímenes que cometieron a lo largo de los años representan un nítido ejemplo de desconexión entre el arrepentimiento y el perdón. Asesinaron a numerosos inocentes (hecho generador), nunca sintieron pesar por ello, vanagloriándose incluso por ello (ausencia total de arrepentimiento y sumo regodeo por sus hazañas), jamás pidieron por ello perdón: ni la remisión de sus penas, ni de las ofensas a las víctimas; y a pesar de todo ello y por la fuerza mágica de la política están recibiendo del Gobierno unos beneficios, singularmente penitenciarios, que son de todo punto inmerecidos y, por tanto, improcedentes.

Escribió don Miguel de Cervantes, en Los trabajos de Persiles y Segismunda, que un buen arrepentimiento es la mejor medicina para las enfermedades del alma. Por desgracia, los asesinos etarras no pueden sentir arrepentimiento ni pedir perdón porque son unos desalmados, crueles e inhumanos.

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