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EDITORIAL

El abismo de la exclusión social

El pasado jueves, los datos del paro ofrecían cifras de colocación históricas en España. Así, el número de ocupados superó por primera ocasión desde que se recopilan datos la barrera de los 20,6 millones. La situación en Galicia es bastante similar, con 139.343 parados, el dato más bajo de toda la serie estadística iniciada en 1996.

Además, son muchos los que comienzan a ver claros síntomas de recuperación económica que hacen pensar que la dura crisis provocada por la pandemia del coronavirus primero y por la guerra de Ucrania después, podría darse por superada.

Y, sin embargo, pese a este esperanzador panorama, la realidad es que las entidades solidarias y las ONG jamás se vieron tan desbordadas por las peticiones de ayuda que les llegan.

En A Coruña, la Cocina Económica hizo público su balance del pasado ejercicio en el que refleja que casi 1.700 personas pasan a diario por sus comedores. De estas, el 40% lo hacía por primera vez, lo que hace pensar que son ciudadanos que han visto cómo su situación personal y económica empeoraba en los últimos meses.

Otro ejemplo lo tenemos en la situación por la que atraviesa el Banco de Alimentos Rías Altas. En estos momentos, tiene necesidad urgente de aceite, leche y conservas, para poder repartir entre las más de 21.000 personas que se benefician de su labor. Sus responsables han notado cómo las donaciones se reducen día tras día, algo que achacan al encarecimiento de los productos de alimentación. Los coruñeses siguen siendo solidarios, mucho, pero el problema es que el dinero del que disponen cada vez da para adquirir menos productos.

La labor que realizan estas dos entidades y otras muchas todos los días, gracias al trabajo desinteresado de cientos de voluntarios, es encomiable. Están donde no llegan las administraciones que, incluso, se apoyan en sus redes y experiencia para intentar aliviar la situación de los más desfavorecidos.

Ahora bien, la cuestión que se plantea es saber cómo es posible que, pese a la reducción del paro, pese a la mejora de los indicadores económicos, estemos también en cifras récord de personas que tienen que recurrir a la caridad para poder sobrevivir.

La Organización Mundial de la Salud proclamó el viernes el fin de la emergencia sanitaria por el COVID-19, si bien, matiza que la pandemia todavía no ha desaparecido. La enfermedad convive con nosotros como lo hace también uno de los efectos no sanitarios más graves que ha provocado y que no es otro que la desaparición de lo que los manuales clásicos de economía definían como la clase media.

Es evidente que mientras las medidas económicas que se están tomando no logren controlar los incrementos desbocados que mes tras mes registra el IPC estaremos todavía muy lejos de revertir esta situación.

A mayores, como ponen de manifiesto desde la Cocina Económica coruñesa, son muchas las familias que se ven obligadas a destinar el 70 o el 80% de sus ingresos al pago de la vivienda, otro de los graves problemas que padece nuestro país.

Este cóctel diabólico es el que provoca la paradójica situación de que la bonanza económica que se vislumbra no sea suficiente para acabar con los problemas de pobreza que vivimos en España, Galicia y, por supuesto, A Coruña y que arrastran a muchas personas hasta el borde del abismo de la exclusión social.

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