Síguenos en redes sociales:

Shikamoo, construir en positivo

José Luis Quintela Julián

Tal como éramos

Se les saluda en este nuevo día en que tenemos la fortuna de encontrarnos. Una jornada en la que la campaña electoral ya ha empezado formalmente, y en la que el próximo proceso de elecciones locales — y, en otras comunidades, también autonómicas — ya está a la vuelta de la esquina. Un camino cuyo resultado será la renovación de las corporaciones locales en los trescientos trece “concellos” de Galicia, y en el conjunto de todos los de España, muchas veces con las personas por delante de los partidos. ¿Qué quiero decir? Pues que si hay unas elecciones donde el nombre concreto de la persona candidata importe, incluso por delante de la ideología, estas son las municipales. Porque, especialmente en los sitios pequeños, todo el mundo se conoce, y la trayectoria concreta de una persona, sus amistades y la impronta que deje ante su vecindario, son críticas.

Y, hablando de municipios y de sitios pequeños, quiero contarles que cada vez me apetece más la idea de volver a mover mis cuarteles, y afincarme en lugares como Monfero, A Capela, San Sadurniño o Moeche, por poner un ejemplo. Ayuntamientos que no habían estado en mi punto de mira nunca, pero que conforme conozco más en detalle tienen para mí un mayor nivel de atractivo. ¿Les ha pasado esto alguna vez? Vaya por delante que a mí el rural, ya saben, me agrada mucho más que el ambiente urbano. Pero siempre, hasta ahora, habiéndose mantenido la omnímoda presencia del mar como elemento indispensable. Pues bien, reconozco que en este momento, y desde hace unos años, hay fisuras en tal planteamiento…

Esta semana pasada ha sido prolija en visitas al rural. Y, más en concreto, me he movido mucho por maravillosos bosques en San Sadurniño — ya les contaré — y también por la Fraga do Eume, enclavada territorialmente en A Capela, As Pontes, Monfero, Cabanas y Pontedeume. Más de nueve mil hectáreas de fraga costera, que representa la masa boscosa mejor conservada en Europa de tal tipo. No exenta de amenazas, ha visto recientemente publicado su “Plan rector de uso y gestión”, que ojalá contribuya a consolidar y proteger más este entorno único, así como a desbloquear encrucijadas y tomas de decisión aún pendientes hoy.

Varias rutas en la Fraga, que en general ya había realizado muchas veces, andando y corriendo, fueron uno de los platos fuertes de tal armónica actividad. Pero otro elemento, el Museo Etnográfico de A Capela, no se quedó tampoco atrás. Lo había visitado en un par de ocasiones, hace años ya. Pero esta nueva oportunidad me llegó mucho más dentro, y en tal rato fui consciente del importante papel de asociaciones como la que lo gestiona, surgida de y desde los vecinos de la zona, a partir de una actividad puesta en marcha hace años en el colegio de la localidad. Fue un placer volver a verlo de la mano de Secundino y Beatriz.

¿Y qué me pareció el Museo? Pues oro líquido, oigan. Una mirada retrospectiva al pasado que nos permite entender el presente con los pies bien anclados en la tierra, y también estar así mejor preparados para poder sostener una visión crítica del futuro, de los tiempos que vengan. Porque somos lo que somos y venimos de donde venimos, y la sociedad rural tradicional de Galicia comprende muchos valores, en muchos casos debilitados o desaparecidos hoy, que deberíamos intentar mantener entre nosotros. Y no voy a decir que cualquier tiempo pasado fue mejor, ni mucho menos, creyendo además que la sociedad de hoy tiene muchos elementos inéditos hasta hace muy poco, de gran valor. Pero creo sinceramente que tal cultura de mayor libertad y respeto al individuo que hemos ido ganando y mejorando con el tiempo adquiere aún más sentido si la solapamos sobre un mayor espíritu solidario, una mirada más integral a lo colectivo y un sentimiento de mayor arraigo a nuestro territorio y a la concepción ciudadana y grupal de la existencia. Creo que todo ello tiene cabida también en el desnortado colectivo humano del siglo XXI. Y que en esa mirada a lo que fue la vida en la aldea, hay mucha vida y mucho que entender.

Por lo demás, el Museo tiene un enorme valor. No solamente recoge los usos, los utensilios y las actividades de la cotidianeidad del pasado, sino también muchos otros elementos, tales como los asociados a fabricación de telas, calzado, forjados, o a la agricultura o la ganadería, sino que tiene la capacidad de presentarnos cómo se vivía en una extensa época en nuestro rural de Galicia. Y no lo hace solamente de una forma estática pero interactiva, con varios recursos y unas visitas guiadas de gran valor, sino que acomete actividades tales como ferias o un evento teatralizado, en el que vecinos y vecinas representan los quehaceres del campo y de la cotidianeidad, para una mejor comprensión del mismo y, a la postre, para explicar mejor cómo éramos. Es el “Tal como éramos”, oro líquido al cuadrado. O al cubo, se lo garantizo.

Y de ahí, en “a carreriña dun can” a San Xoán de Caaveiro. O a perderse por los canales que van a O Parrote. O a subir a Ventureira. O a remontar el antiguo canal que llega al mismísimo embalse del Eume, cuya cola contemplo a menudo desde el mirador de Carbueira… Oro líquido a la cuarta, entonces. O a la quinta… Belleza y paisaje, y la evocación de épocas donde el campo fijaba población y destilaba otra mirada al futuro. Un futuro que, vía tecnología y comunicaciones, podríamos diseñar hoy en el rural mejor que nunca, partiendo de la imprescindible voluntad individual y colectiva para que así sea. ¿Usted se anima a ello? Yo sí.

Pulsa para ver más contenido para ti