Algo más de veinte años atrás, durante una de mis prolongadas estancias en Londres, recuerdo que la portada de una de las revistas de nutrición más importantes del Reino Unido recogía a todo color y en diferentes recuadros todo tipo de alimentos: frutas, verduras, carnes, pescados, etc., de los que decía que estaban poco menos que envenenados, debido a todo tipo de contaminaciones a causa de abonos, pesticidas y conservantes utilizados durante el proceso de comercialización.

No recuerdo que en España por aquellos años noventa, concretamente el año 1991, se hiciesen eco de la impactante noticia que en UK había causado un escandaloso revuelo. Y no me estoy refiriendo al asunto de las llamadas vacas locas que es harina de otro costal. Yo me pregunto si no existen los controles con rigor suficiente como para que tales cosas no vuelvan a producirse. Ahora nos vienen con las carnes rojas y todos sus derivados, como alimentos propios para desencadenar cáncer de colon y rectal. Ya se han pronunciado de que el mal proviene de lo procesado y nunca de esos alimentos en sí mismos, que además son los exigidos por la misma naturaleza y esencia de los seres. Este tipo de noticias tan alarmantes, sobre todo para un sector excesivamente preocupado por la salud alimentaria, debieran ser presentadas con una exquisita delicadeza y en todos sus matices, no a lo bruto tal como las están dando, ya que suponen, al menos por un tiempo, sino la ruina, sí la precariedad y preocupación profunda de las industrias del ramo. Poco sentido y ningún respeto. Parece mentira que cosas de tal envergadura estén en manos de gentes poco menos que insensatas y alborotadoras. Es cierto que se deben divulgar y corregir los excesos, así como la contaminación química de lo que comemos, con todo rigor y profundidad, pero ya vemos en manos de quién estamos, que tales crímenes y despropósitos cometen. Queremos saber quiénes, y con qué permiso o silencio cómplice consienten cosas tan escandalosas y graves.

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