Pocos podrán presumir de no haber sufrido una caída o un percance en la calle, provocados por adoquines levantados o agujeros que surgen de la nada, sea cual sea la ciudad española donde habiten.

Los gobiernos municipales no consideran relevante el hecho de que contribuyamos a saturar aún más nuestros hospitales, gracias a los descalabros sufridos. Las bajas laborales se multiplican.

¿Y qué me dicen del miedo a salir de casa, cuando las caídas se repiten? Algunos buscan la causa de ello en una hipotética maldición o "mal de ojo". Pero la explicación es más terrenal: no se arreglan las aceras. Se amplían, eso sí, pero no existe un mantenimiento regular e imprescindible para que sea seguro caminar por ellas.

¿Quién nos asegura que llegaremos bien a nuestro destino? A la vuelta de la esquina puede estar esperándonos esa trampa mortal (o casi) que puede hacer que tengamos que usar un bastón o, incluso, una silla de ruedas.

Políticos, que tanto se pasean por nuestras calles en tiempo de elecciones, y que nos invitan a ser más peatones que conductores, hagan algo más que eso: dediquen una partida presupuestaria para arreglar y mantener nuestras ciudades en condiciones adecuadas para caminar sin riesgos.

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