Somos multitud los que disfrutamos viajando. Hay muchas formas de hacerlo e infinidad de destinos. Además, los motivos que nos llevan a desplazarnos son, también, diversos. Creo poder afirmar, sin temor a equivocarme, que el nomadismo supera, en número, al sedentarismo, y que las perspectivas turísticas para el año 2016, recién estrenado, son muy optimistas.

No voy a hablar de los que viajan por necesidad, de los desplazados forzosos? ese sería tema merecedor de ser tratado aparte, dada su grave relevancia. Y, ni que decir tiene, que, al no constituir realmente un placer en sí mismo, estos viajes conllevan un enfoque diametralmente opuesto al que yo quiero ofrecer ahora.

Para mí, viajar significa, no solo extasiarme ante la belleza de paisajes diferentes, o el hecho de conocer pintorescas costumbres; es mucho más. Principalmente, el viajero aprende -o, mejor, aprehende- en cada experiencia, capta con su intelecto y sus sentidos aquello que se presenta ante él, para acabar formando parte de su vida, inexorablemente.

Sea cual sea el destino elegido -cercano o lejano- o la duración del viaje, las situaciones inesperadas a las que nos hemos de enfrentar durante el mismo, nos hacen madurar, contribuyen a fortalecer nuestra personalidad y mantienen viva nuestra capacidad de asombro.

Si no podemos movernos físicamente? ¡no importa!, ¡tenemos nuestra poderosa imaginación, para suplir dicha carencia! Y añadiendo una parte de la rica literatura de viajes que existe, es posible que sepamos más del lugar o país soñado, que si fuésemos realmente a él.

Aunque sintamos cierto recelo por viajar, en estos tiempos turbulentos, dejémonos aconsejar por nuestro espíritu aventurero y lancémonos a descubrir las maravillas del mundo, que nos están esperando, quizás no muy lejos de casa?

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