En épocas todavía no remotas se utilizaba la frase latina panem et circenses para definir una situación sociopolítica supuestamente lamentable en la que el pueblo recibía de los padres de la patria elementos de sustento -para vivir con dignidad- y elementos de diversión que le permitían evadirse para hacer más soportable su condición de sometido. No recuerdo que, como medida de protesta, se renunciase a los circenses (dado que para el sustento de la especie no se puede renunciar al panem).

Curiosamente, a día de hoy, la aplicación del pan y circo, en estos benditos tiempos en que aparentemente somos más libres y más maduros requiere unos matices alarmantes que desnaturalizan su sentido. He oído que ciertas ONG que cubren las necesidades alimenticias básicas de los niños en épocas de vacación escolar carecen de lo necesario para garantizar un mínimo sustento al principio del día; a pesar de que personas anónimas de sueldos modestos aportan comestibles en los supermercados en los que asociaciones locales hacen la labor que deberían hacer los padres de la patria de hoy. Me dicen que asociaciones de enfermos -que no tendrían razón de ser si los mencionados padres de la patria se ocupasen de lo que se tenían que ocupar- han perdido la subvención que les permitía tener un local. Oigo también que algún conocido empresario (casi el único profeta de una tierra en la que no se permite crecer a los paisanos porque, digamos lo que digamos, como pueblo no entendemos el concepto de bien común), un patrón, se ocupa de ceder beneficios para paliar en la medida de lo posible estas mal llamadas desigualdades sociales que en realidad ya pasan de incapacidad o ineptitud a sistematizada crueldad institucional.

Empiezo a preguntarme si no hemos confundido la metáfora de las Mareas (agua salada, al fin y al cabo) con las legendarias crecidas del Nilo que fertilizaban los campos y proveían de pan. Porque -romanticismos marinos aparte- en un lugar en el que hay niños que no pueden desayunar y enfermos que no pueden intentar -ellos mismos y sus allegados- mejorar su difícil vida no caben circos a costa del erario público. Mientras no entendamos que los eventuales -y democráticamente elegidos, eso sí- padres de la patria contemporáneos están obligados a asegurarse de que todo el mundo come antes de sufragar el circo seguiremos siendo el lamentable país que pintó Goya hace mucho, mucho tiempo.

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