-Y ahora, de regreso a la escritura

-Yo siempre he hecho compatible la escritura, la universidad, el periodismo, los libros, la gestión cultural... ahora vuelvo a continuar un camino que interrumpí momentáneamente, vuelvo a algo en lo que realmente me considero útil. Como no me consideraba útil era como diputado. Si mi vida tuviera que reducirse a apretar un botón, que muchas veces ni funcionaba, y el resto del tiempo a no hacer nada... no podría. Creo que he servido fielmente a unas ideas y a mi país y creo que lo puedo seguir haciendo desde otros lugares en los que se valore mi trabajo. Dejar el Congreso no fue una decisión nada fácil por muchos motivos pero fue de las decisiones que tomé con mayor satisfacción. Quise volver a mi vida de siempre y me he reintegrado a mi trabajo y a mi normalidad. He cerrado un paréntesis.

-Lugares donde se calma el dolor. Es el título de su nuevo libro, el cuarto de una narrativa difícil de ubicar en un género determinado. A lo mejor es que se trata de un género nuevo.

-La crítica ha dicho que era algo nuevo, efectivamente. No sé si es un nuevo género. Salvando las distancias, se parece a los Ensayos de Montaigne, las Memorias de Chateaubriand, a los Viajes de Goethe, al Libro del desasosiego de Pessoa... pero lo que yo cuento lo cuento de otra manera distinta y además implico a muchas voces y de todas las épocas. Hablo desde un tiempo indeterminado en el que todos somos contemporáneos. Y, sobre todo en este libro, el paisaje, el espacio exterior, es también protagonista. No sé si es un género nuevo. Yo no me propuse en especial hacer un género nuevo, sino que he escrito de la mejor manera que he sabido lo que quería contar. El título está sacado de un lugar en Nápoles llamado Posillipo, que significa precisamente eso, donde se calma el dolor. El nombre se lo pusieron los griegos cuando vieron la belleza de aquel espacio, su luz, su color, las islas y el mar como de añil... Pensaron que entre tanta belleza era imposible que pudiera pasar algo malo. Yo reinterpreté ese título y por eso comienzo con ese espacio de Nápoles y con las historias literarias, que se relacionan con Posillipo, desde Eneas y Virgilio hasta nosotros mismos. De ahí nace la idea de buscar espacios, lugares, geografías, microcosmos donde ha pasado algo. El hecho de que haya sucedido algo en un lugar significa que ahí ha quedado una huella. Algunas veces la he buscado a través de mis escritores favoritos y otras veces he ido al azar de ver lo que podía acontecer, sobre todo en aquellos lugares más desconocidos como China o la India.

-Relaciona esos lugares con la historia, el arte, la literatura, la poesía, las biografías de personajes, con el paisaje... incluso con la flora del lugar. ¿Qué le movió a relacionar todo eso con un espacio físico?

-Yo nunca pensé en escribir este tipo de libros. Mi género ha sido siempre la poesía, el ensayo, la crítica literaria y la narración corta. Pero uno llega a una edad en la que se producen cambios físicos y también intelectuales y te das cuenta de que has acumulado tal cantidad de lecturas, de visiones, de experiencias... has ido acumulando tal cantidad de material que de repente te exige que lo saques por algún lado. La poesía ya estaba muy determinada en mí y era ya un género intocable. En ensayo también había hecho cosas y además es algo muy cerrado... Entonces, a través de todo ese material he ido conformando un tipo de narrativa con la que iba contando todo ese mundo que estaba ahí. Esto no podría haberlo hecho ni a los 20 años ni a los 30 ni a los 40. Comencé a hacerlo a partir de que cumplí 50 años. Es como si a lo largo de mi vida hubiera estado rodando material para un documental de todo aquello que me había llamado la atención, que me había interesado... Y llega un momento en que te das cuenta de que tienes un material y que tienes que verlo, ordenarlo, montarlo... Yo busco el espacio de la memoria literaria, histórica, geográfica, artística y lo mezclo todo desde mi perspectiva de hoy. No he tenido ninguna intención ni de crear nada nuevo ni de ser más original que con mis libros de poemas, porque uno mientras escribe tampoco se dedica a pensar ni a teorizar sobre lo que escribe...

-Son interesantes a lo largo de todo el libro las referencias a la cultura de todas las épocas y las reflexiones sobre el hecho cultural...

-La cultura es todo aquel conocimiento que ayuda a entender mejor la existencia. Pero tiene que ser un conocimiento personal elaborado por uno mismo y no por una máquina. Por su parte, la memoria es un don que tenemos los seres humanos que nos hace ir mezclando todo e ir comparando unas cosas con otras. Eso no lo puede hacer una máquina. Estamos viviendo una especie de desintegración del humanismo, que siempre se ha basado en el esfuerzo personal por el saber, por el conocimiento. Y no podemos pensar que las máquinas van a pensar por nosotros. El saber y el conocimiento se adquieren con el tiempo y todo ese conocimiento y toda esa experiencia tiene que ser propia, no delegada en las máquinas. Y es verdad que la cultura no ha sido suficiente para evitar los grandes males del mundo. Ni la cultura, ni las religiones, ni los seres humanos... todos somos culpables. Pero muchas veces sí que ha evitado el mal, porque nos ha hecho conscientes de que el hombre tiene también un contenido espiritual. Lo que pasa es que mucha gente renuncia a ese contenido. Y ahí enlazamos con las máquinas.

-En este libro, además de los lugares geográficos, fija su mirada en otro tipo de espacios como los despachos de escritores, donde se crearon grandes obras literarias, o en los cementerios. Advierte sobre sus propias raíces cuando se entierren en San Amaro.

-Yo creo que los cementerios son espacios arqueológicos de la palabra. Hay mucha literatura en los cementerios. En las lápidas, en los epitafios... En los cementerios siempre alguien ha escrito algo para que otro alguien lo lea. Y a mí me gusta escuchar. Y además he tenido curiosidad por ver dónde están enterrados escritores para mí muy importantes. En cuanto a los despachos, me ha fascinado sobre todo el de Pushkin, un despacho muy grande, lleno de libros, de objetos... Fue el lugar donde él quiso morir después de quedar herido de muerte en un duelo. Rodeado de sus libros y de sus objetos es ahí donde durante sus últimas horas de vida recibe a sus hijos y donde en cambio no quiere ver a su mujer (él era muy celoso aunque no se preocupaba de los celos que su mujer podría tener de él por sus relaciones con otras mujeres, entre otras la propia hermana de su mujer). Fue en ese despacho donde se enfrentó a la muerte. Y tardó mucho en morir. Me gusta también ver cómo trabajaban y cuáles eran sus manías. He visto los de Stefan Zweig, el de su casa de Salzburgo, grande, cómodo, con muchos libros, con una mesa que había pertenecido a Beethoven... y el de Petrópolis, en su exilio de Brasil, en una casa pequeña e incómoda, sin casi nada. Debió de ser de una gran tristeza verse relegado a un espacio que no tenía nada que ver con aquel en el que había estado a lo largo de su vida.

-La muerte está presente a lo largo de todo el libro. Hay una cita de la biografía de Mozart en la que escribe a su padre y le recuerda que el verdadero objetivo de nuestra existencia es la muerte, que esa es la llave de la felicidad.

-Ojalá sea la llave de la felicidad. La muerte es el mayor enigma de la vida, que en miles de años nadie ha logrado descifrar, lo cual quiere decir que es un enigma de verdad. En relación con la muerte estamos exactamente igual que en la época de la cultura egipcia. O quizá peor, porque ellos tenían un sentimiento que nosotros ya hemos perdido. En realidad a la muerte hoy la escondemos, casi la estamos negando.