La patria de la actriz María Casares (A Coruña, 1922-La Vergne, 1996) -como se refleja en el libro Residente privilegiada- era "el teatro" gracias al cual interpretó "las más bellas historias de amor", episodios apasionados que también se tradujeron fuera de las tablas, en el mundo real. Entre sus coprotagonistas, el genio Albert Camus, bajo cuyas órdenes de director trabajó como actriz, y con el que mantuvo un idilio desde mediados de los años 40 hasta, cuentan, el año 1950.

Él, que entre sus amigos criticaba la institución del matrimonio, había recurrido a él en 1940 para unirse formalmente con Francine Faure, pianista y matemática, con la que tuvo descendencia. El casarse, sin embargo, no le privó de diferentes affaires extramatrimoniales.

Un año después del enlace Camus-Faure, María Casares (entonces, ajena al mundo privado del autor) representaba su primer papel profesional en el teatro en la obra La Celestina. Entonces, la que se convertiría en la diva teatral de Francia -condecorada posteriormente con la Legión de Honor del país galo- aún presentaba problemas con el idioma francés. María no llevaba ni diez años en suelo galo, exiliada con su familia en París tras el golpe de estado de Franco. La sublevación había cogido a su padre, Santiago Casares Quiroga, en la presidencia del Consejo de Ministros.

Fue en 1944 cuando Casares realizó su primera colaboración profesional con Camus, interpretando un papel en la obra El malentendido. Su idilio comenzó en el teatro, en plena Guerra Mundial.

Al año siguiente, 1945, María Casares escribía su nombre en los títulos de crédito del elenco de una de las obras maestras del cine clásico, Les enfants du paradis, de Marcel Carné, realizada durante la ocupación nazi pero ambientada en el siglo XIX. Le siguieron trabajos en cine y teatro con directores célebres; no sólo Camus, sino también Cocteau o Robert Bresson.

Según el testimonio de Camus, el idilio irregular, pero al mismo tiempo público, con Casares se prolongó hasta 1950, cuando el escritor y periodista sufrió un nuevo episodio de tuberculosis -el anterior, años atrás, le había denegado su participación en la Guerra- que le obligó a guardar convalecencia en Grasse en 1950.

Sin embargo, la complicidad artística entre ambos duró hasta la muerte de Camus. Ella, la princesa de la muerte en el Orfeo de Cocteau, prosiguió con su leyenda, convirtiéndose en una de las actrices más destacadas de la segunda mitad del siglo XX en Europa.